HOLA, QUERIDOS LECTORES!!!!
ESTA SEMANA OS TRAIGO EL PEDACITO DE JACK VUELVE Y EL ANUNCIO DE PRÓXIMAS Y SUCULENTAS NOTICIAS... QUE TENDRÁN QUE ESPERAR A LA VUELTA DE LAS VACACIONES, ME TEMO. EN BREVE EL BLOG Y YO NOS TOMAREMOS UN DESCANSO (NO MUY LARGO) VERANIEGO, PERO PROMETO QUE A LA VUELTA HABRÁ SORPRESA, Y DE LAS BUENAS. AÚN NO PUEDO HACER PÚBLICO NADA, HAY QUE ESPERAR UNAS SEMANILLAS.
MIENTRAS TANTO, DIFRUTAD DEL VERANO, LA PISCINA, A PLAYA, ELTRABAJO...
HASTA PRONTO
Sir
Richard Thornton se encontraba repantingado en su sillón predilecto, fumando su
pipa y leyendo el Times del día. Nada le proporcionaba más placer que tomarse
un descanso a última hora del día, antes de irse a la cama, fumando y leyendo.
Le hacía sentir una tranquilidad que sus ocupaciones diarias no le permitían.
Cuando su esposa vivía solían charlar sobre cualquier cosa. Si el tiempo lo
permitía salían a dar un paseo, dejando a la pequeña Faith en manos de Lisa,
quien se encargaba de llevarla a la cama. Qué tiempos aquellos, pensaba mientras
aspiraba el humo con delectación. Era una lástima no poder dar marcha atrás al
reloj aunque solo fuese un ratito para volver a estar junto a su Mary,
preguntarle qué tal había ido el día y escuchar, simplemente eso, mientras ella
desgranaba la rutina del día con su voz alegre y despreocupada…
El grito de Lisa le hizo dar un
respingo en el sillón. El ama de llaves era una mujer severa y estricta,
enemiga de cualquier tipo de algarabía. Dejó el periódico y posó la pipa sobre
el velador que se hallaba junto al sillón y salió precipitadamente de la
biblioteca, sin pensar que ni siquiera sabía de dónde había partido el grito.
Tampoco tardó mucho en descubrirlo. Perkins, el mayordomo, pasó delante de él
como una exhalación en dirección a la cocina.
—¿Qué ocurre, Perkins?¿Qué es este
alboroto a estas horas? —inquirió, pero el interpelado ni siquiera volvió la
cabeza para responder.
—Créame, señor, no tengo ni la más
lejana idea. El grito parece que proviene de la cocina y la que ha gritado ha
sido Lisa. Eso es todo.
Cuando ambos llegaron al umbral de
la puerta de la cocina, la silueta del ama de llaves se recortaba contra el
perfil de la puerta del jardín abierta. Ella no se giró, absorta como estaba en
lo que contemplaba, mirando al suelo. «Que me aspen», pensó Sir Richard, «pero
esa mujer parece embobada, ni siquiera nos ha oído entrar en la cocina como una
tromba».
—Lisa, ¿qué…? —Perkins se quedó con
la pregunta colgada en los labios cuando sus ojos encontraron la mancha en el
suelo. Ya estaba tomando un color pardo oscuro a medida que se coagulaba.
Lisa pareció volver a la realidad.
Se volvió, blanca como el papel, y los miró como si se encontraran a millas de
distancia, sin aparentar reconocerlos. Su vista volvió al suelo del exterior de
la puerta y de nuevo hacia ellos, pero ninguna palabra salió de su garganta.
Sir Richard y Perkins avanzaron unos
pasos, indecisos por lo que iban a encontrar. La noche ya era cerrada, aunque
la iluminación de la bombilla les proporcionaba una cierta seguridad, como si
el hecho de estar bajo una luz supusiera algún tipo de protección.
Fue Perkins el primero en llegar a
la puerta. Lisa se apartó un poco y él se asomó. Se llevó la mano a la boca,
que se había abierto de un modo involuntario. Dos segundos después, se inclinó
y vomitó todo lo que tenía en el estómago. Le pareció que era incapaz de
detener la vomitona, pero lo hizo cuando la voz de Sir Richard sonó a sus
espaldas, menos firme que de costumbre.
—¡Dios mío!¿Qué es esto?¡Que el
Señor nos asista!
Ninguno de los tres reconoció, en
aquella masa sanguinolenta y destrozada que tenían delante, al desgraciado Percy
de LaRue.
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