HOLA A TODOS
EN MEDIO DE ESTA OLA DE CALOR QUE SE NIEGA A MARCHARSE POR DONDE VINO AQUÍ ESTOY UN VIERNES MÁS, CON ESTA HISTORIA QUE SE VA A CONVERTIR EN MI NUEVA NOVELA CUANDO TERMINE DE ARREGLARLA (PARA EL OTOÑO, ESPERO) Y QUE YA SE ACERCA A SU FINAL.
EN UNAS SEMANAS NOS DESPEDIREMOS DE ESTOS PERSONAJES QUE NOS HAN ACOMPAÑADO DURANTE TANTOS MESES. ME DARÁ UN POCO DE PENA, PERO ES HORA DE DEJAR PASO A NUEVAS HISTORIAS.
ESPERO QUE OS HAYA GUSTADO LEERLO TANTO COMO A MÍ ESCRIBIRLO.
HASTA PRONTO
El
grito retumbó a través del aire de las salas de la casa en medio del silencio
nocturno. Lisa, el ama de llaves, estaba cerrando puertas y ventanas antes de
irse a casa tras una larga jornada laboral cuando se dio cuenta de que la
puerta trasera, la que daba al jardín, estaba abierta de par en par. «Qué
extraño», se dijo a sí misma, «juraría haberla cerrado esta tarde después de
que el mozo entrase la leña para la chimenea desde el cobertizo». Fue a la
entrada principal a buscar el manojo de llaves, que ya había colgado,
maldiciendo mentalmente a ese holgazán irresponsable de Mathew. Siempre tenía
que estar detrás de él. Cuando entraba en casa para arreglar algo dejaba todo
tirado por cualquier parte. Constantemente le tocaba a ella recoger los enseres
que el muchacho dejaba o mandar a alguna doncella para que lo hiciera en su
lugar.
Volvió sobre sus pasos sin prender
las luces, no le hacía falta. Conocía la casa mejor que la suya propia. No en
vano llevaba trabajando allí desde que era casi una niña, recordó. Entonces Sir
Richard era un joven apuesto y orgulloso y ella estaba enamorada de él como
cualquier jovencilla en su momento. Tenía unos ojos azules preciosos. Una
sombra planeó sobre el recuerdo de Lisa cuando pensó en que la muerte de la
señora apagó ese precioso brillo celeste de aquellos preciosos ojos. «Todos
acabamos en el mismo lugar», reflexionó, «los ricos y los pobres».
Con suspiro lleno de filosofía
eligió la llave oportuna del gran llavero y se dispuso a cerrar la puerta del
jardín cuando resbaló y hubiera caído de no ser porque consiguió agarrarse en
el último momento a la mesa que había en aquel cuarto que hacía las veces de
despensa y cocina. En la casi oscuridad, distinguió una gran mancha en el
suelo. Reponiéndose del sobresalto, se dirigió al interruptor de la luz y lo
accionó.
—¡Santo Dios! ¿Qué es esto?
Una enorme mancha roja cubría una
buena parte del suelo junto a la puerta que daba al jardín. Aparecía difuminada
allí donde había resbalado. Sus pies habían dejado un rastro de huellas que
llevaba hasta donde se hallaba de pie, confusa. Un rastro de pequeñas gotas
partía de la mancha grande hacia el interior de la casa. Lisa tardó unos
segundos hasta darse cuenta de lo que podía ser. Cuando las implicaciones del
hallazgo comenzaron a hacerse evidentes, el miedo atenazó sus sentidos,
impidiéndole hacer nada: las manchas de sangre, la puerta abierta, el reguero
de gotas hacia el interior de la casa… una sensación helada recorrió su
espalda. No supo si salir al jardín, temerosa de lo que pudiera encontrar, pero
tampoco podía entrar en la casa, el rastro de sangre no presagiaba nada bueno.
Pensó en dar la voz de alarma, pero por otro lado un fogonazo de serenidad le
hizo reconsiderar ese primer impulso: quizás solo se trataba de algún animal,
uno de los perros, de alguna manera estaba muerto y Mathew lo había arrastrado
a la basura dejándolo todo perdido de sangre. Quizás había sacrificado una
gallina para la comida del día siguiente y había ido a lavarse las manos, sin
preocuparse de por dónde pasaba. Era lo suyo: mancharlo todo y no recoger nada.
Lisa se convenció de que se había
alarmado como una tonta sin pensar en la explicación más lógica. «Qué estúpida
eres, querida. Te has puesto histérica por una nadería. Ahora ya sabes lo que
te toca: a limpiarlo todo antes de marcharte».
Una vez más pensó en darle un tirón
de orejas a ese despreocupado cuando le viese al día siguiente. Suspiró y se
dirigió a la puerta del jardín. Sin embargo, se detuvo un momento y abrió un
cajón, aquel donde se guardaban los cuchillos. Cogió el más grande y observó el
filo amenazador durante unos breves instantes.
—No perjudica a nadie ser precavida,
¿verdad? —dijo en voz alta para darse ánimos mientras abría la puerta del
jardín.
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