BUENAS A TODOS:
¿YA RECUPERADOS DEL TRASIEGO NAVIDEÑO? ESPERO QUE SÍ.
MIENTRAS TODO SE PONE EN MARCHA DE NUEVO, ESTA SEMANA OS DEJO UN PEDAZO UN POCO MÁS GRANDE DE "EL OTRO LADO". ESPERO QUE LAS HISTORIA OS ESTÉ GUSTANDO.
HASATA PRONTO ;)
El
insistente timbre del teléfono tiró de ella bruscamente, obligándola a salir de
entre la pesada bruma del sueño. Durante unos segundos sintió que todo giraba
sin control en la habitación. Se hallaba tendida en su cama, pero no tenía
conciencia de por qué estaba allí. Solo sabía que el teléfono no dejaba de
sonar y que sus miembros se negaban a ponerse en marcha para descolgar el auricular
y librarse del maldito sonido que martilleaba en sus oídos, haciendo palpitar
sus sienes.
Quien fuera se dio por vencido y
dejó de insistir. Laura, aturdida, seguía inmóvil sobre el edredón de su cama,
luchando por volver a asomar la cabeza sobre la superficie de la normalidad.
Sintió un ligero espasmo y por fin pudo ponerse en movimiento. La cabeza
amenazaba son estallar de un momento a otro, no podía recordar cuándo se había
acostado ni nada de lo ocurrido justo antes.
Miró el despertador digital que
reposaba sobre la mesita de noche. Las tres de la madrugada. El viento azotaba
las copas de los árboles en las calles, una lluvia insistente repicaba sobre
las persianas, trayendo consigo un retazo de memoria: la tormenta.
Con un esfuerzo ímprobo, Laura se
puso en pie y de dirigió hacia el armario del cuarto de baño, en busca de un
analgésico que desterrara aquel latido que no la dejaba pensar. Cuando fue a
abrir la puerta del armario vio su propio rostro reflejado en el espejo y no se
reconoció. Aquella mujer de rostro pálido y demacrado, de cabello desordenado y
revuelto no podía ser ella. Los ojos estaban hundidos, rodeados por una aureola
violácea. Los zombis de las películas de terror que tanto gustaban a Jon tenían
mejor aspecto que ella, sin duda. Se puso una gragea sobre la lengua y tomó un
sorbo de agua del grifo para tragarla. Dejando a un lado la llamada telefónica,
decidió que lo más sensato era dormir unas horas más. Con la luz del día vería
todo con más claridad.
Cuando se estaba metiendo en la
cama, una extraña sensación acudió a ella como una minúscula luciérnaga
inoportuna. Permaneció unos instantes sentada, mirando al espejo. No podía
precisar el motivo, pero la inquietud la invadió y tardó mucho en dormirse.
Algo no encajaba en su sitio. Por fin su organismo asimiló el calmante y se
quedó dormida.
Despertó a las once de la mañana,
pensando que el despertador no había cumplido con su trabajo. Ya iba a saltar
de la cama como una posesa cuando cayó en la cuenta de que era sábado y por eso
no había conectado la alarma.
Mucho más tranquila que en medio de
la noche, se acercó al gran espejo de pie. Dentro de ella se dispararon todas
la alarmas, su pulso se aceleró y las manos comenzaron a sudar. Confundida, se
acercó y comprobó que tenía mucho mejor aspecto que unas horas antes. Se echó a
reír, en parte debido al estado cuasi histérico en el que se hallaba. «Tienes
que tranquilizarte, querida», pensó, «por ti y por él. Nunca has sido una mujer
que se rinde ante circunstancias adversas». Y entonces recordó la llamada de
teléfono incontestada. Se acercó al aparato. Una lucecita roja brillaba
intermitente. El texto en la pantalla aclaró lo que ya era obvio: “Un mensaje
pendiente”. Levantó el auricular. Una voz masculina, provista del matiz neutro
que caracteriza al que repite lo mismo como un hábito diario, le habló al oído.
—Soy el doctor Aguirre. Venga lo
antes posible. El estado de su marido ha empeorado. Es urgente.
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