UNDÉCIMA ENTREGA DE ESTA HISTORIA QUE YA SE ACERCA A SU FIN. SEMANA QUE HA TRANSCURRIDO SIN NOVEDADES EN EL FRENTE, AUNQUE SUPONGO QUE PRONTO LA IRÁ HABIENDO (SI BIEN ESO NO QUIERE DECIR QUE SEAN BUENAS, CLARO). DE MOMENTO OS DEJO CON OTRO EPISODIO EN EL QUE YA PODEMOS IR VISLUMBRANDO EL MEOLLO DEL ESPEJO DE LAURA.
QUE LOS DISFRUTÉIS...
Según
entró por la puerta de su casa, Laura arrojó su bolso, el abrigo y las llaves
sobre el sofá y se fue directa al ordenador a conectarse a internet. Sentía un
extraño hormigueo en el estómago, una desazón que no podía explicar. El policía
había señalado el anillo y ella se había dado cuenta de que jamás se había
preguntado por la procedencia de aquel singular objeto. Ella, que tanto
apreciaba las antigüedades y que se consideraba una autentica estudiosa del
arte de los siglos pasados, nunca había hecho nada por indagar acerca de su
procedencia. Probablemente, el anillo le ayudaría a descubrir muchos aspectos familiares
en los que su mente jamás se había posado.
Si que recordaba el día en que su
madre se lo había dado. Había aprovechado un momento en el que se encontraban a
solas y, con un cierto aire de misterio, la había hecho sentarse en la cocina.
En aquella cocina que siempre olía a pan reciente. Con un tono de voz que a la
Laura niña le pareció de lo más intrigante, le había dicho:
—Tesoro, voy a entregarte algo que
ha permanecido en nuestra familia durante muchas generaciones. Ha ido pasando
de madres a hijas durante siglos. Es importante que lo recuerdes, nena. No
debes perderlo jamás, y cuando llegue el momento harás lo mismo que ahora estoy
haciendo yo: cederlo a tu hija, proseguir con la tradición una vez más. ¿Me has
entendido bien, cariño?
Había asentido con su carita muy
seria, aunque no veía tan importante el hecho de conservar un anillo que ni
siquiera brillaba. Sin embargo, cuando vio el rostro serio de su madre, algo en
su interior despertó y se prometió a sí misma cumplir el encargo que había recibido.
Lo haría por su madre. Intentó probarse el anillo, pero le quedaba grande. Su
madre tomó las manos de Laura entre las suyas, sonriendo.
—Aún eres muy joven para comprender,
corazón mío. Pero llegará el día. Recuerda que el anillo está unido a nuestra
familia y a nuestro destino. No podemos escapar de él. Hemos de aceptarlo tal y
como nos ha sido entregado —y besó a su hija en la frente. Un beso ligero,
cálido, amable, que quedó grabado en los recuerdos de aquella niña.
¿Por qué había mencionado su madre
ese destino inexorable que las atrapaba? En un instante, la mente de Laura
entró en un estado de confusión absoluto. No podía preguntarle a su madre,
había muerto unos años atrás. Y su padre murió cuando era ella pequeña,
aquejado de una extraña enfermedad, según le habían contado.
Laura sacó una foto del anillo con
el móvil y la colgó en internet, para ver si alguien le podía ayudar a
encontrar la procedencia del mismo. No tuvo que esperar demasiado. Simplemente
visitó un par de foros y rápidamente encontró fotografías de un anillo tan
similar al suyo que hubiera jurado que eran el mismo objeto. ¿Cómo era posible
que alguien tuviera fotografías de su
anillo? Su madre había dicho que era un recuerdo familiar y que lo habían ido
pasando las mujeres de la familia a lo largo del tiempo. Pero entonces ¿cuál
era la explicación?
Leyó los comentarios que se iban
sucediendo en los foros. Se quedó petrificada, no podía ser cierto: se trataba
del anillo de Lucrecia Borgia, la aristócrata medieval que arrastraba tan
macabra leyenda.
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