viernes, 22 de febrero de 2013

EL OTRO LADO (XIII Y FINAL) Y UN RETORNO ESPERADO

   BUENOS VIERNES
   AQUÍ OS DEJO EL ÚLTIMO (PERO NO MENOS EMOCIONANTE) PEDACITO DE ESTA HISTORIA QUE NOS HA TENIDO OCUPADOS DURANTE LOS ÚLTIMOS TRES MESES. ESPERO QUE HAYA SIDO DE VUESTRO AGRADO, SIEMPRE ES GENIAL RECIBIR OPINIONES. SI ALGUIEN PREFIERE HACERLO EN PRIVADO PODÉIS DIRIGIROS AL CORREO KIKOINES@GMAIL.COM.
   NO DUDÉIS EN EXPRESAR VUESTRO PUNTO DE VISTA, POSITIVO O NEGATIVO. SIEMPRE SERÁ BIENVENIDO.
   Y, HABLANDO DE TODO UN POCO, LA PRÓXIMA SEMANA TENDREMOS EL REGRESO DE ALGUIEN QUE SE HIZO MUY QUERIDO EN ESTE BLOG ALLÁ POR EL VERANO. VUELVE... "JACK VUELVE".
   HASTA PRONTO
 
En la cabeza de Laura, las preguntas se arremolinaban. Había deseado tanto poder hallar las respuestas que no sabía por dónde empezar. Lo hizo por la más obvia, si bien intuía la respuesta:
            —¿Quién eres?
            Una risa sonó, clara y melodiosa, en el pensamiento de Laura.
            De sobra lo sabes, querida. No te atreves a aceptarlo, pero muy dentro de ti sabes que es cierto.
            En aquel momento, lo que para Laura hubiera sido un síntoma inequívoco de demencia para ella resultó lo más natural del mundo: estaba allí, de pie, hablando con un fantasma o espectro o lo que fuese aquella aparición. Curiosamente, no le resultó duro aceptar que aquella mujer se encontraba allí en el espejo de su habitación. Pasada la primera impresión, ni siquiera sintió miedo. La necesidad de satisfacer sus dudas, de obtener respuestas que cerrasen todos sus interrogantes, pudo más.
            —Sé que eres Lucrecia Borgia. Lo que quiero saber es por qué. Qué haces aquí. Quiero saber el motivo de que me hayas elegido a mí. Porqué estás al otro lado del espejo. Por qué tengo tu anillo.
            En realidad, todas las respuestas se resumen en una sola: lo llevas en la sangre.
            —¿Qué quieres decir con que lo llevo en…? —una luz se prendió en la mente de Laura. La realidad la golpeó de un modo físico, doloroso. Las lágrimas pugnaban por arrojarse fuera de sus párpados— Eres mi… mi… mi antepasada.
            Una risa con un tinte malvado escapó de los labios de Lucrecia, que echó la cabeza atrás. La ironía asomó a su voz cuando se dirigió a Laura de nuevo.
            Exacto. Y te he elegido a ti por un motivo muy especial. A lo largo de las generaciones, diversas mujeres de mi sangre han llevado a cabo una labor muy importante para mí: acabar con la estirpe de mi primer marido, Giovanni Sforza. Él organizó la muerte de mi padre y de mi hermano, tras sentirse agraviado porque ellos promovieron la nulidad de nuestro matrimonio, pues él era impotente. Él fue quien hizo correr el rumor de mis relaciones incestuosas.
            —Pero… —la voz de Laura era apenas un murmullo tembloroso— tú fuiste una asesina. Soy la descendiente de una asesina —Laura miró su extraño anillo tubular. Ahora ya sabía cómo había llegado hasta ella, sabía por qué su madre se lo había encomendado con tanto empeño. El anillo de Lucrecia Borgia. Donde guardaba el veneno para acabar con sus víctimas—. Y no solo eso. Además tuviste relaciones con tu padre y con tu hermano, montones de amantes además de tres maridos. Tu sangre fluye por mis venas, pero es una sangre sucia, manchada por el crimen y el incesto.
            El gesto de Lucrecia se volvió serio. Un destello de ira brilló en sus ojos.
            Tú sabes que la vida es más difícil para una mujer. Quizás en tu época las cosas han cambiado, pero cuando yo estaba viva las mujeres éramos simples instrumentos en manos de los hombres: primero de nuestros padres y hermanos, después de nuestros maridos e hijos. Nací en el seno de una familia poderosa, mi padre, Rodrigo, se convirtió en el Papa Alejandro VI. Mis matrimonios fueron concertados para ampliar el poder y la influencia de mi familia. Jamás nadie tuvo en cuenta mis sentimientos. Nunca me preguntaron si llegué a amar a mis maridos, para los cuales solo representaba la posibilidad de tener descendencia. El placer lo encontraban en la cama de otras mujeres. Tuve que aguantar esto, querida, esto y muchas cosas más. Mi supuesta relación con mi padre y con mi hermano fue inventada por los enemigos de mi familia para socavar el enorme poder que llegamos a acumular. Y en ese proceso me destruyeron. Mi vida, mi cordura, mi capacidad de amar y ser amada, ardieron hasta convertirse en cenizas. Y los odié. Los odio. Por todo el daño que me hicieron. Por el daño que a lo largo de los siglos han seguido haciéndonos. Han de morir, Laura. Es el precio que han de pagar —de nuevo su risa invadió la habitación de Laura, áspera y aguda—. Giovanni Sforza tenía un hijo anterior a nuestro matrimonio. Tu marido es el último descendiente vivo de él. Te he elegido a ti para acabar la tarea que yo empecé.
            —¡NO! ¡Yo no soy como tú! ¡No he envenenado a nadie! ¡Estás mintiendo!
            Lucrecia observó a Laura. Una sonrisa de triunfo brillaba en su rostro.
            Claro que sí, y tú lo sabes. Lo que ocurre es que tu mente lo ha apartado para evitar atormentarse, pero está todo ahí. Busca y encontrarás.
            Laura lloraba. No podía ser, no. Todo se lo estaba imaginado. Nada de eso estaba ocurriendo en realidad. Y sin embargo… retazos de recuerdos comenzaron a volver, inconexos al principio, cobrando sentido después. El café… una imagen de su anillo mientras ella retiraba el minúsculo tapón… el fino polvo cayendo en la bebida, amarga para disimular el sabor… Laura cayó de rodillas, derrotada. Todo este tiempo lo había sepultado en un rincón de su mente, pero efectivamente, allí estaba.
            ¿Ves, querida? Hay cosas contra las que es inútil luchar. Está en tu naturaleza.
            Laura se irguió, rebelándose contra la mujer del espejo.      
—¡Jon no morirá! ¡No te saldrás con la tuya, bruja! —arrojó un zapato contra el espejo, que estalló en un fina lluvia de cristales que inundó la alfombre de la habitación.
Sollozando, Laura se dirigió hacia el teléfono, dispuesta a llamar al hospital y a la policía. Cuando estaba a punto de descolgar el auricular, empezó a sonar, como si hubiera cobrado vida propia.
—¿Dígame?
—¿Laura? Soy el doctor Aguirre. Han surgido complicaciones. Es necesario que venga ahora mismo.
—¿Qué ocurre, doctor? —las alarmas se dispararon en el cerebro de Laura.
—Creo que es mejor que venga. Por teléfono no es adecuado…
—¡Déjese de tonterías y dígame qué pasa! Soy la mujer de Jon y tengo derecho a saberlo! —no pudo evitar el exabrupto, tenía los nervios a flor de piel.
—Yo… bueno… bien, como guste. Es urgente que se presente ahora mismo en el hospital. Su marido ha muerto.

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