AQUÍ OS DEJO EL ÚLTIMO (PERO NO MENOS EMOCIONANTE) PEDACITO DE ESTA HISTORIA QUE NOS HA TENIDO OCUPADOS DURANTE LOS ÚLTIMOS TRES MESES. ESPERO QUE HAYA SIDO DE VUESTRO AGRADO, SIEMPRE ES GENIAL RECIBIR OPINIONES. SI ALGUIEN PREFIERE HACERLO EN PRIVADO PODÉIS DIRIGIROS AL CORREO KIKOINES@GMAIL.COM.
NO DUDÉIS EN EXPRESAR VUESTRO PUNTO DE VISTA, POSITIVO O NEGATIVO. SIEMPRE SERÁ BIENVENIDO.
Y, HABLANDO DE TODO UN POCO, LA PRÓXIMA SEMANA TENDREMOS EL REGRESO DE ALGUIEN QUE SE HIZO MUY QUERIDO EN ESTE BLOG ALLÁ POR EL VERANO. VUELVE... "JACK VUELVE".
HASTA PRONTO
En
la cabeza de Laura, las preguntas se arremolinaban. Había deseado tanto poder
hallar las respuestas que no sabía por dónde empezar. Lo hizo por la más obvia,
si bien intuía la respuesta:
—¿Quién eres?
Una risa sonó, clara y melodiosa, en
el pensamiento de Laura.
De
sobra lo sabes, querida. No te atreves a aceptarlo, pero muy dentro de ti sabes
que es cierto.
En aquel momento, lo que para Laura
hubiera sido un síntoma inequívoco de demencia para ella resultó lo más natural
del mundo: estaba allí, de pie, hablando con un fantasma o espectro o lo que
fuese aquella aparición. Curiosamente, no le resultó duro aceptar que aquella
mujer se encontraba allí en el espejo de su habitación. Pasada la primera
impresión, ni siquiera sintió miedo. La necesidad de satisfacer sus dudas, de
obtener respuestas que cerrasen todos sus interrogantes, pudo más.
—Sé que eres Lucrecia Borgia. Lo que
quiero saber es por qué. Qué haces aquí. Quiero saber el motivo de que me hayas
elegido a mí. Porqué estás al otro lado del espejo. Por qué tengo tu anillo.
En
realidad, todas las respuestas se resumen en una sola: lo llevas en la sangre.
—¿Qué quieres decir con que lo llevo
en…? —una luz se prendió en la mente de Laura. La realidad la golpeó de un modo
físico, doloroso. Las lágrimas pugnaban por arrojarse fuera de sus párpados—
Eres mi… mi… mi antepasada.
Una risa con un tinte malvado escapó
de los labios de Lucrecia, que echó la cabeza atrás. La ironía asomó a su voz
cuando se dirigió a Laura de nuevo.
Exacto.
Y te he elegido a ti por un motivo muy especial. A lo largo de las
generaciones, diversas mujeres de mi sangre han llevado a cabo una labor muy
importante para mí: acabar con la estirpe de mi primer marido, Giovanni Sforza.
Él organizó la muerte de mi padre y de mi hermano, tras sentirse agraviado
porque ellos promovieron la nulidad de nuestro matrimonio, pues él era
impotente. Él fue quien hizo correr el rumor de mis relaciones incestuosas.
—Pero… —la voz de Laura era apenas
un murmullo tembloroso— tú fuiste una asesina. Soy la descendiente de una
asesina —Laura miró su extraño anillo tubular. Ahora ya sabía cómo había
llegado hasta ella, sabía por qué su madre se lo había encomendado con tanto
empeño. El anillo de Lucrecia Borgia. Donde guardaba el veneno para acabar con
sus víctimas—. Y no solo eso. Además tuviste relaciones con tu padre y con tu
hermano, montones de amantes además de tres maridos. Tu sangre fluye por mis
venas, pero es una sangre sucia, manchada por el crimen y el incesto.
El gesto de Lucrecia se volvió
serio. Un destello de ira brilló en sus ojos.
Tú
sabes que la vida es más difícil para una mujer. Quizás en tu época las cosas
han cambiado, pero cuando yo estaba viva las mujeres éramos simples
instrumentos en manos de los hombres: primero de nuestros padres y hermanos,
después de nuestros maridos e hijos. Nací en el seno de una familia poderosa,
mi padre, Rodrigo, se convirtió en el Papa Alejandro VI. Mis matrimonios fueron
concertados para ampliar el poder y la influencia de mi familia. Jamás nadie
tuvo en cuenta mis sentimientos. Nunca me preguntaron si llegué a amar a mis
maridos, para los cuales solo representaba la posibilidad de tener
descendencia. El placer lo encontraban en la cama de otras mujeres. Tuve que
aguantar esto, querida, esto y muchas cosas más. Mi supuesta relación con mi
padre y con mi hermano fue inventada por los enemigos de mi familia para
socavar el enorme poder que llegamos a acumular. Y en ese proceso me
destruyeron. Mi vida, mi cordura, mi capacidad de amar y ser amada, ardieron
hasta convertirse en cenizas. Y los odié. Los odio. Por todo el daño que me
hicieron. Por el daño que a lo largo de los siglos han seguido haciéndonos. Han
de morir, Laura. Es el precio que han de pagar —de nuevo su risa invadió la
habitación de Laura, áspera y aguda—. Giovanni Sforza tenía un hijo anterior a
nuestro matrimonio. Tu marido es el último descendiente vivo de él. Te he
elegido a ti para acabar la tarea que yo empecé.
—¡NO! ¡Yo no soy como tú! ¡No he
envenenado a nadie! ¡Estás mintiendo!
Lucrecia observó a Laura. Una
sonrisa de triunfo brillaba en su rostro.
Claro
que sí, y tú lo sabes. Lo que ocurre es que tu mente lo ha apartado para evitar
atormentarse, pero está todo ahí. Busca y encontrarás.
Laura lloraba. No podía ser, no.
Todo se lo estaba imaginado. Nada de eso estaba ocurriendo en realidad. Y sin
embargo… retazos de recuerdos comenzaron a volver, inconexos al principio,
cobrando sentido después. El café… una imagen de su anillo mientras ella
retiraba el minúsculo tapón… el fino polvo cayendo en la bebida, amarga para
disimular el sabor… Laura cayó de rodillas, derrotada. Todo este tiempo lo
había sepultado en un rincón de su mente, pero efectivamente, allí estaba.
¿Ves,
querida? Hay cosas contra las que es inútil luchar. Está en tu naturaleza.
Laura se irguió, rebelándose contra
la mujer del espejo.
—¡Jon
no morirá! ¡No te saldrás con la tuya, bruja! —arrojó un zapato contra el
espejo, que estalló en un fina lluvia de cristales que inundó la alfombre de la
habitación.
Sollozando,
Laura se dirigió hacia el teléfono, dispuesta a llamar al hospital y a la
policía. Cuando estaba a punto de descolgar el auricular, empezó a sonar, como
si hubiera cobrado vida propia.
—¿Dígame?
—¿Laura?
Soy el doctor Aguirre. Han surgido complicaciones. Es necesario que venga ahora
mismo.
—¿Qué
ocurre, doctor? —las alarmas se dispararon en el cerebro de Laura.
—Creo
que es mejor que venga. Por teléfono no es adecuado…
—¡Déjese
de tonterías y dígame qué pasa! Soy la mujer de Jon y tengo derecho a saberlo!
—no pudo evitar el exabrupto, tenía los nervios a flor de piel.
—Yo…
bueno… bien, como guste. Es urgente que se presente ahora mismo en el hospital.
Su marido ha muerto.
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