CONTRA VIENTO Y MAREA (SOBRE TODO VIENTO, QUÉ DÍA HEMOS TENIDO HOY) Y A PESAR DE LOS CONTÍNUOS OBSTÁCULOS Y ZANCADILLAS DEL DÍA A DÍA, AQUÍ TENEIS LA ENTREGA VIGÉSIMA DE "JACK VUELVE". HOY VAMOS A VER A QUIEN PERTENECEN AQUELLOS OJOS QUE NOS DESPIDIEERON LA PASADA SEMANA.
UN SALUDO PARA TODOS Y HASTA PRONTO...
La
primera imagen que cruzó el pensamiento de Constance fue la de un
espantapájaros. Allí, de pie, con los sucios harapos colgando. El vagabundo se
quedó de pie enfrente de ellos, como si el tiempo su hubiera detenido. Percy y
Constance se encontraban demudados ante lo inesperado del encuentro. Ni fueron
capaces de decir nada ni de avanzar o retroceder. Los tres quedaron inmóviles
como si alguien estuviera tomando una fotografía. Fue el vagabundo quien rompió
el incómodo silencio que se había apoderado de la escena.
—¡Yo
lo vi!¡LO VI! —gritó presa de una súbita desesperación—. Estaba aquí,
resguardado del frío nocturno, y entonces llegó y aprisionó a aquella joven y…
y…
Una
luz repentina se encendió dentro de la cabeza de Constance. Sin necesidad de
más explicaciones, supo de qué estaba hablando aquel hombre de mirada
enfebrecida y gestos desquiciados.
—Percy,
por favor, vayámonos de aquí. Esto no me gusta.
—No
te apartes de mí, Constance, no sabemos si…
—¡EL
DEMONIO! —a medida que gesticulaba, daba más la impresión de ser una aparición
en lugar de un ser humano— ¡Era el mismísimo demonio! ¡El mal se podía sentir
dentro del callejón! Yo estaba aquí, no piensen que estoy mintiendo —aseveró,
acercándose un poco a la pareja. Percy se interpuso entre él y Constance y
ambos comenzaron a recular poco a poco. El mendigo pareció darse cuenta y se
les echó prácticamente encima, agitando un objeto delante de sus narices —La
policía se dejó esto en el suelo—. Constance gritó de forma instintiva y Percy
hizo ademán de protegerla con su cuerpo, pues obviamente no iba armado.
—¡Apártate!
—al ver el objeto, sin embargo, un cierto interés se despertó en él—. Un
momento ¿qué es eso?
El
aspecto de lo que el mendigo tenía en la mano era el de un simple trapo sucio.
Aquel hombre apestaba a sudor, orines y alcohol, pero Percy no pudo evitar
acercarse un poco para examinar el trapo. Curiosamente, estaba rematado con un
fino encaje y parecía tener algo bordado, unas letras, quizás.
—Percy,
te lo ruego… —Constance tiraba de la manga de Percy, a punto de echarse a
llorar. Se tapaba la nariz con la mano libre para eludir el olor hediondo que
despedía aquel hombre. No podía soportar ni un minuto más. Tenía que salir de
allí.
Cuando
Percy cayó en la cuenta de que lo que sostenía aquel andrajoso en la mano era
un pañuelo, su temor desapareció de repente.
—¿De
dónde has sacado eso?
El
hombre vaciló unos instantes, como si estuviera haciendo memoria y no acertara
a recordar de qué estaban hablando. Luego la luz volvió a sus ojos, que se
enfocaron primero en el pañuelo, luego en Constance y, finalmente, en Percy.
—Era
de una de las jóvenes —afirmó, con rotundidad—. La que no murió.
Percy
se vio asaltado por una terrible duda en ese momento, pero no tuvo tiempo de
expresarla en voz alta. El mendigo se había puesto a rebuscar en la caja que
hacía las veces de dormitorio y sacó otro objeto. Esta vez lo mismo Constance
que él sintieron cómo la sangre se le helaba en las venas.
—Tampoco
vieron esto —dijo, enarbolando el enorme cuchillo en el aire con exagerados
aspavientos—. Los policías se vuelven descuidados cuando las víctimas son gente
corriente.
—¡No
te acerques! ¡Atrás! —ahora Percy casi empujaba a Constance hacia la salida del
callejón, retrocediendo sin mirar atrás. Entonces tropezó y se cayó, quedando
sentado en medio de la mugre que cubría el suelo. Constance no pudo más y
empezó a gritar, desesperada.
—¡Socorro!
¿Qué alguien nos ayude, por favor!¡SOCORRO!
El
mendigo se iba acercando a ellos cuchillo en mano, mientras Constance intentaba
ayudar a Percy a ponerse en pie. El sonido de un silbato rompió la pesadilla y
una voz atronadora exclamó detrás de ellos:
—¡Policía!
¿Qué está ocurriendo aquí?
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