HOY LLEGAMOS AL CAPÍTULO XXI (COMO EL SIGLO) DE NUESTRO RELATO EN CURSO, "JACK VUELVE", QUE LLEVA CAMINO DE CONVERTIRSE EN UNA PEQUEÑA NOVELA CORTA. ES POSIBLE QUE LLEGUE A ELLO, NO ESTÁ DESCARTADO.
A FALTA DE MEJORES (Y PEORES) NOTICIAS, OS LO DEJO AQUÍ. OJALÁ OS GUSTE.
HASTA PRONTO
El
sargento Pileggi, encargado de la investigación del caso desde el primer
momento, les permitió posponer su declaración hasta el siguiente día a tenor de
la avanzada hora de la noche. Percy había acompañado a Constance a su casa. Se
la veía demacrada, despeinada y sucia después de los sucesos ocurridos en el
callejón. Se phabía pasado casi todo el camino hasta la comisaría llorando e
hipando, incapaz de articular ni una sola palabra, agarrada del brazo de Percy.
Este intentaba consolarla dándole palmaditas en la mano y sosteniéndola, pues
temía que sufriera un desvanecimiento.
Cuando llegaron a comisaria en
compañía del agente que los había salvado de aquel mendigo harapiento y
borracho que les había hecho pasar tan mal trago, todas las cabezas se habían
vuelto. El grupo no podía haber resultado más chocante: una agente de policía,
un mendigo y una pareja de jóvenes con un atuendo y un porte propios de la alta
sociedad tan sucios y malolientes como
el mendigo. Constance se había vuelto hacia él con una mirada que denotaba la
humillación que sentía. Se apretó contra su brazo en busca de protección frente
a todos aquellos ojos que la acusaban como si de una vulgar ratera se tratase.
Por suerte para ellos, el sargento Pileggi estaba de guardia esa noche. Aunque
Constance no le había caído bien cuando se conocieron en casa de Faith, el
joven que la acompañaba no podía ser más amable. Todo un caballero de la cabeza
a los pies.
—Está bien, teniendo en cuenta la
hora que es y el lamentable aspecto que tienen, no hay ningún problema —dijo,
mirando de reojo a la llorosa Constance— en que se presenten mañana para que
les tome declaración. Lo único que les ruego es que lo hagan por la tarde, más
bien a última hora. Esta noche acabo el turno muy tarde y tengo intención de
irme a casa dormir un poco. Puesto que
soy yo quien instruye el caso, prefiero que hablen directamente conmigo. Pueden
marcharse si gustan, no veremos mañana.
—Muchas gracias, sargento —replicó
Percy, tocándose el ala del sombrero en un elegante y atento gesto—. Mañana sin
falta nos tendrá aquí. Le agradecemos su consideración.
Mientras acompañaba a Constance de
nuevo a casa, Percy contemplaba las estrellas, que titilaban por encima de sus
cabezas sobre el firmamento estival. A medida que pasaba el tiempo le iba
pareciendo mentira todo lo acontecido. No se explicaba cómo habían podido
llegar a verse envueltos en semejante situación. Le costaba asimilar que había
sido él mismo quien había impulsado la “aventura”, más bien como una
chiquillada, como un juego con Constance. Y lo más rocambolesco era la manera
en que todo había terminado, con ellos en comisaría pasando aquella vergüenza
tan impropia para alguien de su clase.
Antes de despedirse frente a la
cancela de su casa, Constance se volvió. Sus ojos brillaban a la luz de los
faroles que iluminaban la calle. Percy no supo decir si era a causa de las
lágrimas vertidas o era otra cosa lo que destellaba en los ojos de ella.
—Oh, querido —farfulló Constance
mientras se sonaba la nariz una vez más—, lo de esta noche ha sido terrible. No
sé qué hubiera ocurrido si no hubieses estado allí para… para… para protegerme.
Aquel hombre tan horrendo y hediondo… no puedo ni pensar…
—No le des más vueltas, Connie
—Percy la tomó por los hombros, sin atreverse a abrazarla en medio de una calle
atestada de gente—. No ha ocurrido nada gracias a Dios. Si hubieras estado tú
sola con seguridad no te hubieras adentrado en aquella calleja sucia y oscura.
Lamento muchísimo lo ocurrido. No debí…
Ella no le dejó terminar.
Interrumpió sus palabras posando un dedo sobre su boca. El se sorprendió ante
la intimidad del gesto, pero no lo rechazó. Le agradaba el giro que tomaba la situación.
—Luego ha estado el bochorno que he pasado
en comisaría, con ese sargento. Sé que me desprecia, lo vi en sus ojos cuando fue
a interrogar a Faith a su casa. Nos detesta por ser ricos. Hay muchas personas como
él. Y tú me sacaste de nuevo del apuro.
—Querida, no debes prejuzgar a las personas
solo por su condición social. El sargento Pileggi hace su trabajo, no puede permitir
que estas cuestiones afecten a su investigación. No creo que él odie a todos los
ricos. Simplemente es un policía. Todos son un poco secos. Y respecto a mí, yo no…
—Déjame hablar un momento Percy. Tengo
que decirte algo, y si no lo hago ahora quizás me arrepienta el resto de mi vida.
Yo… yo… —vaciló unos momentos, como si fuera incapaz de encontrar las palabras adecuadas—
yo te quiero, Percy. No quiero separarme nunca de ti. Espero que me aceptes como
tu esposa. Me esforzaré por hacerte feliz.
—¡Oh, vaya! Se supone que…
Pero no puedo terminar la frase. Ella
se alzó de puntillas sobre sus escarpines y le besó en los labios, mientras Percy
se sentía arrollado por las circunstancias por segunda vez ese día, envuelto en
una situación que, sin saber cómo, se le había escapado de las manos.
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