ESTA SEMANA LAS HISTORIA DE "JACK VUELVE" SE EMPIEZA A ENMARAÑAR (PROMETO MÁS LÍO EN LAS SIGUIENTES ENTREGAS, JEJEJE), LOS PERSONAJES VAN A COMENZAR A METERSE EN CAMISA DE ONCE VARAS Y LUEGO... A VER CÓMO SALEN DEL BRETE.
ANTES DE DEJAROS CON FAITH Y EL RESTO, QUISIERA DECIROS QUE PRÓXIMAMENTE PUBLICARÉ AQUÍ EN EL BLOG UNA RESEÑA, ALGO QUE NO HABÍA HECHO NUNCA. SE TRATA DEL COMENTARIO DE UN LIBRO, Y LO HARÉ DENTRO DE UN CONCURSO DE RESEÑAS CUYO PLAZO SE AGOTA EL 31 DE MAYO. NO OS LO PERDÁIS...
Y AHORA, AQUÍ OS QUEDÁIS CON UN EPISOCIO MÁS DE ESTA HISTORIA QUE CADA VEZ SE ACERCA MENOS A SU FINAL...
Alfred
Hedges había vuelto sobre sus pasos tras despedirse de sus tres nuevas
“amistades”. Por delante tenía otra noche de trabajo. A eso se había dedicado
las últimas semanas: a la vigilancia nocturna. Apostado entre las sombras
permanecía oculto mientras su mirada escrutadora no se apartaba de la entrada
del jardín de los Thornton. La verdad es que no había habido mucho movimiento
en las semanas que llevaba allí vigilando. Aparte de la servidumbre que se
marchaba a su casa cuando terminaban su jornada, en aquella casa no se recibían
visitas pasada cierta hora de la tarde ni tampoco había advertido ningún
movimiento sospechoso ni nadie que anduviera merodeando por los alrededores.
Se
subió las solapas de la chaqueta para protegerse del incipiente fresco otoñal.
Atrás quedaba ya el calor veraniego y a Alfred se le antojaba que cuando el
frío comenzase a arreciar sus noches se harían eternas y duras. Cambió el
sombrero por una gorra para pasar desapercibido de miradas inoportunas y se la
caló para ocultar su rostro de los viandantes que se iban haciendo más escasos
a medida que la noche avanzaba.
Se trataba de un cometido penoso y aburrido,
pero se hacía necesario si quería probar que aquella mujer tenía algo que ver
con el asesinato que había tenido lugar unas calles más abajo a principios del
verano. La policía había perdido completamente todas las pistas y se encontraba
en un punto muerto de la investigación. Pero él era un hombre de los que no se
rinden a las primeras de cambio y se le había metido entre ceja y ceja resolver
aquel misterio. Con el paso de las semanas, la insistencia del inspector Higgs
sobre el caso en cuestión se había diluido. A fin de cuentas, se trataba del
asesinato de una simple sirvienta, y no se había repetido con el tiempo.
Pero
a Alfred le parecía que había algo en todo ello que le inquietaba, como el
detalle de la desaparición del corazón y el hígado de la víctima. Higgs
afirmaba que probablemente se trataba de un crimen pasional. Quizás la muchacha
se había liado con alguien de clase social superior a ella, o quizás con un
hombre casado, y cuando él se había aburrido de ella es posible que ella le hubiera extorsionado o amenazado de algún modo
y al final todo había acabado de la peor manera. «Si es así», había aseverado
Higgs, «podemos despedirnos de encontrar al asesino». Pero Alfred seguía en sus trece, a él no le parecía
nada pasional semejante carnicería. A su modo de ver, detrás de aquel crimen se
hallaba una personalidad profundamente psicopática, y si estaba en lo cierto el
asesino volvería a las andadas tarde o temprano. Tampoco le encontraba sentido
al hecho de que Faith estuviera presente en el escenario del crimen y hubiera
salido indemne de semejante trance. ¿Por qué el asesino la había dejado con
vida? Es más ¿por qué ella afirmaba no recordar nada de lo acontecido esa
noche?
Las
circunstancias le seguían pareciendo de lo más sospechosas, y si seguía en el
caso era gracias al apoyo del sargento Pileggi, que compartía sus mismas
inquietudes al respecto, pero la falta de evidencias le restaba cada día más posibilidades
de seguir al pie del cañón. «No podemos permitirnos tener un agente apostado
ahí de por vida» le había dicho Higgs con un mal humor que evidenciaba que
estaba recibiendo presiones desde arriba para archivar el caso.
Para
colmo de males, después de conocer a Faith de una manera más o menos cercana,
si bien tampoco habían intimado en exceso, Alfred sentía que sus sospechas
perdían peso cada día un poco más. No le parecía que ella se aproximase al
perfil de un asesino sangriento y despiadado. A pesar de lo innegable de su
fuerte personalidad y de su indomable carácter, Faith era una joven encantadora
y una dama de indiscutible categoría, por más que se empeñase en comportarse
como “una más”, según su propia definición. A Alfred le costaba creerlo, pero
no podía negarse a sí mismo que ella le estaba empezando a gustar. «No solo
como persona», pensaba mientras se arrebujaba en su chaqueta.
En
aquel momento Bastian, el jardinero, salía por la puerta de la verja. Alfred
sintió cómo sus músculos se tensaban. No por la presencia de aquel hombre, al
que conocía de vista, sino por lo que llevaba en las manos. El instinto de
sabueso de Alfred se espabiló de repente cuando vio que Bastian empujaba un
carretón sobre el que reposaba un enorme saco. El saco era alargado y abultado,
del tamaño exacto de… una persona. Cuando Bastian depositó los agarraderos en
el suelo para cerrar la puerta de la verja, el fardo se bamboleó ligeramente
hasta el borde, a punto de caer al suelo. El jardinero se apresuró a empujarlo
de nuevo al centro de la carretilla y, mirando a ambos lados de la calle, comenzó
a tirar del carro en dirección opuesta al lugar donde Alfred se hallaba. «Esto
no puedo perdérmelo», pensó Alfred mientras se disponía a seguir a aquel hombre
con esa carga tan sospechosa.
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