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HASTA PRONTO
Un
viento helado había llegado sin avisar y Constance se acurrucó bajo su chal. Las
calles se quedaron desiertas en pocos minutos, mientras la pareja caminaba
hacía la casa de Constance. Durante el tiempo que habían permanecido en
comisaría, la noche se había cerrado y los faroles iluminaban solo las zonas
cercanas a ellos, dejando a oscuras el resto.
—¿Dices que viste a Alfred en
comisaría? —Constance castañeteaba los dientes al hablar. Percy se quitó la
chaqueta y le cubrió los hombros, a pesar de que él se quedó congelado en menos
de un minuto— No entiendo qué podía estar haciendo allí.
—Lo más curioso es que él también se
sorprendió al verme a mí. Y además no iba de paisano ¿sabes? Llevaba uniforme
de policía. Discutía con un superior dentro del despacho, tú no te diste cuenta
porque estabas “ocupada” con ese sargento —el retintín con el que enfatizó la
palabra “ocupada” hizo que Constance enarcara las cejas.
—¿Te molesta que hable con el
sargento Pileggi? Es un policía encantador, tan amable… le juzgué mal cuando le
vi en casa de Faith.
—¿Le conoces? No lo sabía.
—Decir que le conozco es mucho
decir. Nos cruzamos en casa de Faith hace unos meses. Fue bastante antipático
en aquella oportunidad, la verdad.
—¿Y qué hacía un sargento de policía
en casa de un noble como Sir Richard?
—¿No te lo había contado? Fue antes
de que empezásemos a intimar… Bueno, pues aquella vez se presentó allí para
interrogar a Faith sobre las circunstancias que rodearon al asesinato que ella
presenció.
—No sabía que Faith hubiera
presenciado un asesinato —Percy se quedó estupefacto ante la revelación.
—Oh, sí —Constance lo relataba como
si estuviera explicando su última visita a la costurera para que arreglase un
vestido—. Ocurrió en el mismo callejón donde tú y yo… ahora que lo pienso, es
una coincidencia realmente extraña que Alfred estuviera vestido de policía y
apareciera de repente y… —las piezas iban encajando en la mente de Constance.
Había un detalle que había quedado
prendido en el aire. Percy no podía quitárselo de la mente.
—¿Y a quién mataron?
—Fue un asunto horrible. El asesino
se ensañó con aquella muchacha. Y Faith llegó justo a tiempo para encontrarse
con… con… con aquella escena. Por si fuera poco, conocía a la víctima. Era una
doncella suya. Se llamaba Daisy.
Percy se quedó blanco como el papel.
A pesar de la escasa iluminación, Constance se dio cuenta de eso y de la
expresión que atravesó el semblante de él.
—Eso he dicho. ¿La conocías?
Él comenzó a tartamudear.
—¿Conocerla? No… bueno, es decir…
Más piezas fueron a parar a su
lugar. El nudo se iba deshaciendo por momentos.
—¡Percy! No me irás a decir que tú…
quiero decir, que hubieras tenido algo con… —no hizo falta una respuesta, la
verdad estaba escrita sobre aquel rostro contrito— ¡Oh, Dios mío! ¡No puedo
creerlo! ¡Tú, con una vulgar sirvienta!
—Escucha Constance, no es lo que
estás pensando…
—¿Por quién me has tomado? ¿En qué
pensabas cuando aceptaste en matrimonio? ¿Creías que me resignaría a ser tu
concubina, a callar y soportar todas tus felonías? —Constance comenzó a gritar,
al tiempo que las lágrimas rodaban por su mejillas— ¡Qué estúpida he sido!
—No digas eso, Connie. No es cierto.
Yo te quiero y no pensaba…
—¿Me quieres, dices? No eres más que
sucio patán. ¡No quiero volver a saber nada más de ti! Volveré a casa sola. ¡No
necesito que me acompañes! ¡Vuelve con tus fulanas!
Cuando ella se giró para irse, Percy
le agarró una muñeca.
—Escucha, cariño, no puedes ir sola,
es peligroso a estas horas para una muchacha andar por la calle.
Constance miraba la muñeca por la
que la tenía asida.
—¡Suéltame, Percy! ¡Ahora mismo!
—Escucha, Connie, cariño…
Una sonora bofetada no le dejó
terminar la frase. La mejilla comenzó a arderle de inmediato. La soltó.
—No vuelvas a llamarme cariño. Ni
ninguna otra cosa. No quiero volver a verte en mi vida —y se alejó a paso vivo,
furiosa.
Constance no sabía que sus últimas
palabras iban a cumplirse al pie de la letra. Mientras avanzaba con los ojos
anegados en lágrimas, no reparó en la sombra que la seguía furtivamente.
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