viernes, 27 de diciembre de 2013

SOMBRAS (IX) Y... HASTA EL AÑO PRÓXIMO!!!!

   HOLA A TODOS
   TRAS UN PARÓN DE UN PAR DE SEMANAS DEBIDO A UN COMPROMISO (LITERARIO) QUE ME HA TENIDO OCUPADO TODO ELMES, NO QUIERÍA DESPEDIR EL AÑO SIN UN TROCITO MÁS DE ESTE "SOMBRAS".
   HA SIDO ESTE 2013 UN AÑO BUENO PARA MÍ EN EL TERRENO LITERARIO (DE OTRAS COSAS MEJOR NO HABLAMOS, EJEM), Y ESTE ÚLTIMO VIERNES ES UN MOMENTO INMEJORABLE PARA DESPEDIRLO CON ACTITUD POSITIVA PARA EL FUTURO. VAYA DESDE AQUÍ MI AGRADECIMIENTO A TODOS LOS QUE SEGUÍS MIS ANDANZAS SEMANA TRAS SEMANA, PADECIENDO CONMIGO, LEYENDO MIS COSAS Y CELEBRANDO CUANDO TOCA. SI EL BLOG SIGUE EN MARCHA ES POR VOSOTROS Y SOLO POR VOSOTROS. ESPERO TENEROS AQUÍ MUCHO TIEMPO MÁS IMPULSANDO A ESTE POBRE ESCRITORZUELO A SEGUIR ADELANTE.
   GRACIAS Y
 
¡¡¡FELIZ 2014!!!
 
   AHORA SÍ, OS DEJO CON LAS AVENTURAS DE LORRAINE Y SU MADRE, ¡HASTA EL AÑO QUE VIENE! ¡¡¡A SER FELICES!!!
 
Susan recogía el desastre producido en la cocina. Aún le daba vueltas al extraño comportamiento de su hija. No era ajena a los cambios que se producen cuando los niños se aproximan a la adolescencia, más temprano en el caso de las niñas, pero Lorraine no había dado muestras de ese cambio hasta la fecha. Además estaba el hecho de que su comportamiento solo había resultado extraño ese día en particular, siempre había sido una niña relativamente dócil y razonable.
            «Tendré que esperar a que se le pase el enfado», pensó mientras suspiraba con resignación. «Quizás entonces pueda sonsacarle al respecto». Mientras barría con lástima los últimos añicos de la fuente de cristal donde había venido el pastel se dio cuenta de un detalle: Lorraine había abierto la puerta a una extraña, cosa que era aún más extraña que su comportamiento esa mañana. Desde muy pequeña la habían educado para que desconfiase de las personas ajenas a la familia y ella lo había asimilado por completo, nunca hasta ese día había hecho algo tan insensato. ¿Qué le estaba ocurriendo a su hija? Ahora la preocupación atenazó su corazón con fuerza. No podía esperar ni un minuto más, decidió mientras se desataba el delantal y se disponía a subir las escaleras.
            Entonces ocurrieron de forma simultánea dos cosas: en la parte superior se oyó un golpe sordo procedente de la habitación de Lorraine, como si algo pesado hubiera caído sobre la alfombra, y el timbre sonó.
            Indecisa, se quedó con un pie levantado sin llegar a posarse sobre el primer escalón.
            —¿Lorraine? ¿Va todo bien, cielo? ¿Qué ha sido ese ruido?
            La respuesta no llegó. Ni tampoco se repitió el golpe. Nada. El timbre repicó de nuevo, con insistencia.
            Susan decidió posponer su excursión a la planta superior durante unos minutos y deshizo el camino hasta la puerta principal. La abrió y se encontró con una anciana menuda que mantenía el dedo índice en alto, a punto de aporrear el timbre de nuevo.
            —Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarla?
            La anciana dudó un momento hasta que decidió retirar el dedo.
            —Buenas tardes, querida. He estado aquí esta mañana. Supongo que es usted la madre de Lorraine. Me he acercado un momento para saludarla y presentarme como es debido. Soy Tajima. Su vecina. Espero que les gustara la tarta que preparé.
            —Bueno… sí, estaba buena. Pero me temo que la fuente se rompió al fregarla. Lo siento. La repondré, no se preocupe —Susan estaba pensando que, no contenta con abrir a una desconocida, Lorraine incluso se había presentado ¿en qué estaría pensando?—. Estaba a punto de preparar la comida, pero si quiere pasar puedo ofrecerle un poco de café, té o un refresco. Me temo que no mucho más.
            Tajima no respondió. Miraba hacia arriba por las escaleras, como si supiera que Lorraine estaba allí. Era una idea estúpida, pero es lo que vino a la mente de Susan. Entonces pareció percatarse de dónde estaba de nuevo y carraspeó levemente.
            —No se preocupe, ya volveré en otro momento. Ya le digo que nada más venía a presentarme. Veo que acaban de llegar al vecindario y solo quiero que sepa que si necesita cualquier cosa, solo tiene que…
            En ese momento el gritó procedente del piso superior hizo que el corazón de Susan saltase un latido y empezase a latir más rápido. Sin siquiera una disculpa, se lanzó escaleras arriba como perseguida por el diablo.
            —¡Lorraine! ¡Lorraine! ¿Qué ocurre?
            Llegó hasta la puerta de la habitación de su hija e intentó abrirla, pero estaba cerrada por dentro. El picaporte estaba literalmente helado, cubierto de escarcha.
            —¡Lorraine! ¡Ábreme ahora mismo!
            Un rumor sordo le llegaba del otro lado de la puerta, como un murmullo bajo, igual que si estuviera escuchando tras la puerta de una iglesia en plena celebración.
            —¡Lorraine, te ordeno que abras la puerta ya! ¡Si no lo haces, te aseguro que lo vas a lamentar! ¡Lorraine!
            Más sonidos llegaron desde el otro lado. Muebles moviéndose, una especie de rugido que parecía provenir de las mismas paredes. Susan luchaba frenéticamente por abrir la puerta, gritándole a su hija sin éxito.
            Entonces el silencio tomó el lugar del alboroto anterior. Susan tiró tan fuerte del picaporte que, cuando la puerta por fin se abrió, cayó de culo en el suelo a causa de su propio impulso.
            Despeinada y descompuesta, se puso en pie y se asomó a la habitación. Todo se veía revuelto, igual que si un huracán hubiera asolado la habitación. No se veía ni rastro de Lorraine.
            —¡Lorraine! ¿Dónde estás? ¡Contesta!
            La posibilidad de que a su hija le hubiera ocurrido algo terrible se hizo visible a los ojos de Susan. Empezó a lanzar los objetos que se le ponían por delante, cada vez más histérica, pero no veía a su hija. Nada debajo de la cama, ni bajo la cómoda, que estaba volcada en medio de la habitación. Entonces la luz se hizo en su mente. Apartando juguetes y cachivaches a patadas, llegó hasta el armario ropero y lo abrió.
            Allí, hecha un ovillo, empapada, estaba Lorraine. Por un momento Susan pensó que estaba muerta, pero el pecho de la niña subía y bajaba. Susan la tomó en brazos. Estaba helada.  

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