viernes, 10 de enero de 2014

SOMBRAS (XI)

   HOLA A TODOS
   ESTE VIERNES OS TRAIGO UN POCO MÁS DE "SOMBRAS", PERO DESCANSAMOS DE NOTICIAS, NI BUENAS NI MALAS. SÍ QUE OS CONTARÉ QUE MI NUEVA NOVELA YA ESTÁ BASTANTE AVANZADA, ESPERO TENER EL PRIMER BORRADOR EN CUESTIÓN DE UN MES O DOS. DEJARÉ A UN LADO LOS CONCURSOS PARA CENTRARME EN REMATARLA. YA OS IRÉ CONTANDO CÓMO VA LA COSA.
   HASTA PRONTO Y QUE DISFRUTÉIS DE "SOMBRAS"


Los días se sucedieron sin más incidentes. Lorraine fue recuperando la tranquilidad. Cada vez que abría una puerta esperaba encontrarse a Sarah. Hasta para usar el cuarto de baño dejaba la puerta abierta y le pedía a su madre que estuviera del otro lado. Cuando la niña había referido a su madre todo lo ocurrido, Susan había preferido no herir su susceptibilidad, pero en el fondo su primer pensamiento había sido que la pequeña lo había inventado o imaginado. No se le ocurría el motivo por el cual haría algo semejante, pero era un hecho de todos conocido que algunos niños llegan a extremos inimaginables para captar la atención de sus padres. Cierto era que Lorraine ya tenía toda su atención, pero con eso y con todo bien podía ser que tuviese algún problema y eso la hubiera alterado e impulsado a hacer algo raro. Nunca en su vida la niña había mostrado signos de un comportamiento tan radical, pero al crecer los niños modifican su comportamiento y…

Por otro lado estaba un hecho que apoyaba la historia de Lorraine, que era el estado de la habitación cuando había entrado aquella tarde. Ella misma podía haberlo revuelto todo y haber volcado los muebles, pero eso no cabía en la cabeza de Susan. Decididamente, su hija jamás sería capaz de hacer algo semejante.

En cuanto a Tajima, no había vuelto a visitarlas desde entonces. A Susan no le había parecido nada malvada, solo una viejecilla. No entendía cómo Lorraine podía haber contado todas esas cosas sobre ella. Incluso había mirado el cubo de la basura al día siguiente, pero no había encontrado ni rastro de los dichosos gusanos, solo un pastel con un aspecto delicioso echado a perder.

En cualquier caso, las cosas parecían haber vuelto a la normalidad. Habían cambiado los muebles de la habitación de Lorraine a otra que estaba vacía a petición de la niña y esta se había mudado gustosa a su nueva habitación. Las pesadillas habían remitido y cada una había recuperado su cama. Durante un par de semanas Lorraine había estado ojerosa, callada e inapetente, pero con el paso de los días el color natural había vuelto a su rostro a la vez que su sonrisa, y Susan había desterrado poco a poco todo lo ocurrido a un rincón cada vez más alejado de su mente.

Esa tarde en concreto se encontraba sentada en la cocina repasando la lista de la compra para el día siguiente, esperando que Lorraine volviese del colegio para merendar algo juntas y después, mientras la niña hacía las tareas ella vería un poco de televisión o se sentaría tranquila a leer mientras llegaba la hora de preparar algo de cena para ambas.

Fue entonces cuando le pareció escuchar un ruido procedente de la planta superior. Levantó la vista del papel que tenía delante y aguzó el oído para cerciorarse de que no lo había imaginado. Así era. Un ligero tap-tap-tap, como unos pasos amortiguados sobre su cabeza.

—¿Lorraine? ¿Ya estás aquí?

Miró el reloj de la pared. Las cuatro. Demasiado pronto aún. Lorraine no llegaba a casa hasta las cuatro y media, más o menos. Salvo que hubiera habido algún contratiempo, claro. Aún así, nunca entraba en casa sin ir a darle un beso, siempre lo hacía de ese modo. Dejó el bolígrafo sobre la mesa y se puso en pie. Se dirigió hacia las escaleras cuando le llegó el sonido de una puerta al cerrarse arriba. Nada brusco, la puerta se cerró con suavidad.

—Hija ¿por qué has vuelto tan pronto? ¿te encuentras bien, cielo?

La respuesta no llegó. Extrañada, Susan subió los peldaños con sumo cuidado para no hacer ningún ruido. La puerta de la calle estaba cerrada, no tenía sentido que Lorraine no contestara. Llegó a la planta de arriba y escuchó. Nada. La puerta del cuarto de baño estaba cerrada. Así que era ahí donde Lorraine se había metido. Se acercó y abrió.

—Cariño ¿te ocurre algo para que…?

No había nadie en el cuarto de baño, pero el grifo del lavabo estaba abierto. Sorprendida, se acercó y lo cerró. Gracias a Dios, no pudo ver la imagen en el espejo, justo detrás de ella, ni los restos de la sangre que se había ido por el sumidero. Solo sintió más frío de lo normal, pero lo asoció a que quizás la calefacción no funcionaba bien. En ese momento oyó la puerta de la calle abrirse.

—¿Lorraine? ¿estás ahí?  

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