viernes, 13 de junio de 2014

EL OCASO DE LA MAGIA (II)

   BUENOS VIERNES A TODOS
   YA ESTÁ AQUÍ EL CALOR Y, CUANDO LAS TEMPERATURAS SUBEN, LAS GANAS DE ESCRIBIR (Y DE TODO LO DEMÁS) HUYEN DESPAVORIDAS. DE TODAS FORMAS, MIENTRAS EL BLOG FUNCIONE POR ENCIMA DE UN MÍNIMO (QUIERO DECIR QUE EL NÚMERO DE VISITAS SEA SUFICIENTE COMO PARA JUSTIFICARLO) YO SEGUIRÉ AQUÍ CON MIS HISTORIAS Y MIS COSAS. SI EL PÚBLICO SE MARCHA DE VACACIONES NO HABRÁ MÁS REMEDIO QUE CERRAR EL CHIRINGUITO HASTA DESPUÉS DEL ESTÍO. YA IREMOS VIENDO CÓMO SE DESARROLLA TODO.
   NO OS ENTRETENGO MÁS, OS DEJO CON EL SEGUNDO CORTE DE "EL OCASO DE LA MAGIA". A DISFRUTARLO...

Todo había comenzado en realidad varios siglos antes, en la época en que los grandes Magos Iluminados  velaban por el equilibrio y la armonía en el mundo. Existía el mal, siempre ha existido y siempre lo hará, pero el mundo aún no había sucumbido a su avance.
            Uno de los aprendices en el Templo de la luz se había presentado ante el Sumo Maestro. Tras solicitar permiso, entró en la inmensa sala y se postró a los pies del gran Mago.
            —Ponte en pie, joven, y dime qué te trae aquí. No es común recibir la visita de un novicio.
            —Mi señor —el joven hablaba con la mirada agachada, nadie salvo los componentes del Consejo de Ancianos podía mirar a los ojos del Maestro—, me envía el Instructor de Primer Grado con un mensaje para vos.
            El Gran Mago frunció el ceño. No era la forma habitual de comunicarse de los Instructores el mandar a un alumno de primer grado. Algo extraño estaba sucediendo.
            —¿Dónde he de ir?
            —A las escaleras del templo, señor. Han hallado algo, pero ignoro de qué se trata.
            —Vuelve y dile a tu Instructor que me espere allí. No tardaré. ¿No te ha explicado qué es exactamente eso que requiere de mi presencia?
            —No señor. Únicamente el recado que os he transmitido.
            El joven reculó hasta la puerta y, dando media vuelta, desapareció por el umbral como una centella.
            Una pequeña multitud se había acumulado al final de las escaleras del templo. El Gran Mago y su séquito descendieron los peldaños con lentitud debido al precario estado de salud del Maestro, ya muy anciano. Cuando las personas que se habían amontonado en torno a algo que quedaba fuera de la vista se percataron de la visita, el gentío se abrió en dos para permitir el paso del Maestro. El murmullo cesó con brusquedad, cediendo el paso a un silencio en el que se podía escuchar el vuelo de una mosca.
            Al acercarse más, el Gran mago sintió que las fuerzas le abandonaban. Hubo de ser sostenido para no caer.
            —No puede ser —farfulló—, la profecía…
            Con ayuda de sus acompañantes llegó hasta el lugar donde el Instructor le esperaba. A sus pies, un pequeño cestillo oblongo dentro del cual se movía algo. El Maestro no necesitó mirar dentro para saber de qué se trataba.
            —¿Habéis comprobado si porta el estigma?
            —Sí, señor. La media luna negra en cuarto creciente. En la parte posterior del cuello. Exactamente donde se supone que debería estar, según la profecía.
            El bebé se removió inquieto en el cesto.
            —Ya sabemos lo que eso significa. Si crece y la luna prospera hasta llegar a ser luna llena, el mal se apoderará del mundo y la nuestra magia se extinguirá. Ese niño posee un poder maligno y ancestral. Es poderoso, aún siendo un simple bebé. Hay que destruirle antes de que pueda completar el ciclo. De lo contrario estamos perdidos. No hay tiempo que perder.
            —Así se hará, Maestro. Yo mismo me encargaré —respondió el instructor. Recogió el cesto del suelo y, tras asegurarse de que su daga estaba colgada al cinto, se alejó del grupo.

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