viernes, 28 de octubre de 2011

MOLOBO PARTE II

HOLA DE NUEVO

AQUI TENEIS OTRO TROCITO DE ESTA HISTORIA EN LA QUE POCO A POCO LA INTRIGA SE ABRIRA PASO.

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KIKOINES@GMAIL.COM


Como iba diciendo, me había levantado de un humor estupendo, era una fresca mañana del mes de mayo, en las montañas el invierno remolonea unas pocas semanas más antes de marcharse. Había traído la comida justa para pasar mi primer día de vida relajada, de manera que tenía que bajar al pueblo para amueblar también la nevera y la despensa. “Más avanzada la mañana me acercaré, ahora voy a darme una vuelta por mi flamante propiedad”.
            Cogí la chaqueta y salí. La casa se encontraba en un claro que habían abierto en el bosque, que medía unos doscientos metros de lado a lado. Detrás había un huerto abandonado, que me prometí a mí mismo recuperar y así disponer de hortalizas frescas. Había, así mismo, un pozo y un pequeño cobertizo para herramientas, vacío y con la puerta descolgada.
            Me acerqué al lindero del bosque. Mis oídos no estaban acostumbrados a tanto silencio. Quiero decir barullo urbano, porque realmente no había silencio; se oía la brisa entre el ramaje de los árboles, millones de pájaros cantando… y a lo lejos me parecía escuchar el agua correr, probablemente dentro del bosque habrías un arroyo o algo similar. Una vez hubiera acabado de adecentar los alrededores de la casa, me pondría el casco de explorador y echaría un ojo por ahí, que también estaba dentro de mi propiedad.
            Cuando el sol se elevó en el firmamento, subí al coche y enfilé el camino de tierra que levaba a la carretera, unos trescientos metros más debajo por la ladera.
            En diez minutos estaba en el pueblo. En la calle principal apenas dos o tres automóviles transitaban. Aparqué y me dirigí al “almacén” del pueblo, de esos donde se vende de todo lo que uno pueda necesitar. Y si no lo tienen, te lo encargan, no problem.
            Detrás del mostrador una joven sonriente levantó la vista de unos papeles que estaba revisando:
-          Buenos días ¿puedo ayudarle?
- Me acabo de mudar y necesito algo de comida, herramientas y algunas cosas más. Si la necesito se lo haré saber. Gracias.
Volvió a concentrarse en lo que fuera que estuviera haciendo y yo me detuve unos segundos, mirándola. Tras un segundo examen visual, me di cuenta de dos cosas: una, que era una verdadera belleza, y dos, que esta Blancanieves era mucho más joven de lo que yo había apreciado a simple vista. Casi una niña.
Terminé de hacer la compra, pero no encontraba un poco de malla mosquitera que necesitaba para reparar la puerta de atrás, la que daba de la cocina al huerto, esa puerta que dejas abierta en verano para que corra el aire sin que entren visitantes sin invitación. Me dirigí al mostrador y le pregunté a la muchacha:
- Perdona, necesito un par de metros de tela antimosquitos, pero no la veo por ninguna parte. ¿Me puedes ayudar?
- Espere aquí un segundo. Creo que nos queda algo en la trastienda.
Y desapareció por una puerta que había al final del mostrador. Me entretuve mirando los papeles que tan absorta la tenían. Albaranes de compra. En los estantes detrás del mostrador había tarros de vidrio llenos golosinas de todos los colores y formas. El cebo perfecto para niños y madres con parada obligatoria en la caja registradora.
- Buenos días señor. ¿Buscaba algo?
Me sobresalté al oír la voz femenina a mis espaldas. No había visto a nadie en la tienda ni tampoco había entrado nadie mientras yo compraba. Al volverme para comprobar quién era la dueña de la juvenil voz, me quedé de piedra. Era la chica del mostrador. La que se había ido a la trastienda hacía apenas diez segundos.

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