viernes, 20 de junio de 2014

EL OCASO DE LA MAGIA (III)

   BUENOS VIERNES, LLENOS DE CALOR (QUÉ ASCO)
   EN VERANO TODO SE RALENTIZA (HASTA LA ATMÓSFERA), ASÍ QUE NADA DE NOVEDADES POR EL MOMENTO, NI TAMPOCO EN ESPERA DE ELLAS.
   SOLO ME PASO POR AQUÍ A DEJAROS UN TROCITO MÁS DE ESTE RELATO DE FANTASÍA QUE ESPERO SEA DE VUESTRO AGRADO.
   HASTA PRONTO...

Simara cerró los ojos y se acercó a la fogata. Latsirc pensó, por un instante, que se iba a quemar, pero se detuvo muy cerca de las llamas. Se quedó inmóvil, como una estatua, tanto tiempo que la joven pensó que había entrado en trance. Ya había ocurrido antes, no se asustó. La anciana transportaba su esencia a otro plano de la existencia y dejaba el cuerpo atrás, como una cáscara vacía. Latsirc le había preguntado si no temía que a su «parte física» le ocurriese algo mientras ella viajaba lejos y entonces no podría volver. La respuesta había sido parca: «Eso no está en nuestras manos, niña, sino en las de seres superiores que velan por nosotros… o nos dejar partir».
            El fuego chisporroteó y la anciana aspiró profundamente, como si se ahogara. Latsirc se asustó.
            —¿Ocurre algo, anciana? —como no hubo respuesta, la asió por un brazo y la zarandeó— ¡Contesta!
            La sacerdotisa abrió mucho los ojos y se volvió, dando un empellón a la chica que la hizo caer de espaldas un metro más atrás. En ese instante la serpiente cayó desde las alturas justo en el lugar donde había estado sentada un momento antes. El animal bufó, frustrado por haber errado el tiro, y se volvió hacia la joven, dando la espalda a la anciana. Esta agarró uno de los maderos que ardían y lo enterró en la carne de la sierpe, tan gruesa como una pierna humana. La alimaña lanzó un alarido alto y penetrante con voz humana, dio un coletazo que arrojó a Simara al otro lado del claro y se dispuso a llevar a cabo su cometido lo antes posible.
            Latsric se había arrastrado hasta el pie de un enorme árbol y había desenvainado una de sus dagas, una con el filo envenenado. No tendría muchas opciones frente al monstruo en un combate cuerpo a cuerpo, pero si conseguía esquivar su ataque e infligirle una herida el veneno acabaría con ella en un abrir y cerrar de ojos.
            La serpiente se acercó, humeando por el punto donde Simara la había quemado, y habló con voz susurrante e hipnótica.
            —No temas, pequeña, nada malo he de hacerte. Solo deseo que me acompañes. Mi amo desea verte.
            Los ojos del animal centelleaban al ritmo de las llamas, y Latsirc comenzó a sentirse confusa. Sentía como si las fuerzas la abandonasen, como si no le importase tanto dejarse arrastrar por aquel ser abyecto, las imágenes se le hacían borrosas, sus miembros no le respondían.
            —Eso es —siseó la serpiente—, no te resistas, todo irá bien.
            —Ni lo sueñes, puerca. Ella no será tuya jamás.
Simara se había incorporado y había llegado junto al animal mientras este había hipnotizado a Latsirc, quien se encontraba en el suelo, derrumbada entre nieblas de somnolencia.
La serpiente se giró y entonces Simara extendió la mano y sopló un polvo oscuro hacia los ojos de la culebra. Esta comenzó gritar, cegada por el hechizo, y a revolverse de forma salvaje. De un golpe apartó a la sacerdotisa y la lanzó contra los árboles, donde quedó inconsciente en el suelo. Latsirc despertaba lentamente, confundida, sin saber dónde se hallaba ni qué había pasado. Cuando se despejó tenía a la bestia enfrente, dispuesta a atacar, recuperada ya la visión.
Lartsirc yacía tendida junto al tronco, atontada e indefensa. Había perdido la daga, por más que miraba alrededor no conseguía localizarla entre la hojarasca en medio de la noche. La serpiente se elevó, a punto de dar el golpe final.
—Por fin te tengo. Ha costado, pero ahora eres mía, y mi poder será absoluto —la voz de Orrodep fluía a través de la garganta de la bestia.
Entonces, para asombro de la chica, la cabeza de la serpiente se separó del resto del cuerpo, y un chorro de sangre empezó a manar del cuerpo, que se revolvió sin control unos momentos antes de caer inerte.
—Pero, ¿Qué…?
—Eres una joven afortunada —un voz varonil, junto con el musculoso cuerpo de su propietario, apareció junto al cuerpo del animal—. Si no hubiese estado cerca de aquí ahora estarías en el estómago de este bicho. Me llamo Etneilav. Y tú ¿tienes nombre? —con su poderoso brazo asió la mano de Latsirc y la ayudó a levantarse. 

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