viernes, 27 de junio de 2014

EL OCASO DE LA MAGIA (IV)

   BUENOS VIERNES
   EL VERANO YA ES OFICIAL. LOS "EXPERTOS" PREVÉN QUE SERÁ LARGO Y MUY CALUROSO. NO IMPORTA. SOBREVIVIREMOS. A BEBER MUCHO Y FRESCO Y A PONERSE A LA SOMBRA EL QUE PUEDA.
   MIENTRAS TANTO, ES UNA BUENA ÉPOCA PARA LEER TODOS ESOS LIBROS PENDIENTE QUE NUNCA EMPEZAMOS, LAS ENTRADAS DE MI BLOG... NO SÉ, SON IDEAS QUE SE ME OCURREN, JAJA!!
   TONTERÍAS APARTE (YA EMPIEZA LA FUSIÓN CEREBRAL), OS DEJO EL TROCITO QUE TOCA DE "EL OCASO DE LA MAGIA". A DISFRUTAR DEL CALORCILLO....

 El instructor se adentró en el Bosque Oscuro. Avanzó por sendas invisibles a los ojos inexpertos. Solo los iniciados podían penetrar en la espesura de la foresta sin perderse. Los pocos que lo habían intentado no habían vuelto a salir de allí. Un encantamiento ancestral protegía el bosque de todo poder maligno. En su centro, en un claro que solo le era revelado a un escaso número de elegidos, se llevaban a cabo los ritos más secretos y los sacrificios rituales, como el que el instructor se disponía a realizar.
Ese día, no obstante, arrastraba consigo sin saberlo la esencia misma del mal. Apenas hubo recorrido un centenar de metros entre los troncos y las enredaderas cuando una sensación de pérdida se adueñó de todas y cada una de las terminales nerviosas de su cuerpo. El escudo había cedido, ignoraba cómo, pero de algún modo lo sabía.
—Pero ¿cómo es posible? —el pensamiento salió de sus labios, expresándose en voz alta, recorriendo la floresta sin obtener respuesta. El bebé lanzó un gritito en la cesta. «Seguro que él tiene algo que ver», pensó el instructor, «se diría que se ha alegrado del daño causado en la magia. He de apresurarme».
Apretó el paso, no podía realizar el sacrificio en cualquier lugar. Si el rito no se completaba del modo y en el lugar correctos, no serviría para nada. El mal volvería a brotar en otro lugar, en otro cuerpo. Había que erradicarlo de forma definitiva, y debía hacerse en el lugar exacto, sobre el altar de piedra que descansaba en medio del bosque.
Las sensaciones siguieron llegando, mientras el mago casi corría entre la maleza, cortándose y arañándose con las espinas y las ramas que impedían su paso. Seres oscuros habían entrado dentro del bosque, pendientes de la menor señal para apropiarse del territorio que les estaba vedado. Si no cumplía con su cometido pronto, estaba perdido. Él y la magia blanca. A pesar del dolor físico y de la sangre que ya brotaba por diversos lugares de su cuerpo echó a correr tan rápido como sus piernas le permitieron.
Unos minutos más tarde llegó a su destino. Invadido por la vegetación pero inconfundible, allí estaba. Delante de él. El altar se elevaba, majestuoso, en medio de una zona libre de árboles. Se detuvo junto a él, fatigado. No había tiempo que perder. Desenvainó su daga y cortó los tallos y ramas que había sobre la fría piedra hasta despejarla, al menos lo suficiente como para apoyar el cesto donde portaba el bebé y las velas y esencias que necesitaba para pronunciar las invocaciones. Lo sacó todo del zurrón y se preparó.
—No tan deprisa, no puedes empezar sin tus invitados ¿no  te parece?
Una bella mujer había aparecido en un lateral del claro. El instructor sabía que no era lo que parecía, sino una enviada del mal. Ya empezaban a llegar. Le habían tomado ventaja, mucha más de la que suponía. Impregnó sus dedos en un polvo gris que había en un recipiente sobre la piedra y murmuró un sortilegio. Entonces sopló el polvo y la mujer gritó mientras se deshacía en jirones de humo oscuro. Unos segundos después solo el eco de sus gritos permanecía en el aire. Se giró y se dispuso a comenzar con el ritual
—Desciende, oh Señor de la Luz, y purifica la sangre que está a punto de ser derramada…
Un susurro. Luego otro. Y otro más. Media docena de sombras se materializaron alrededor del instructor. Figuras ataviadas de negro, cubiertos sus rostros por capuchas. El instructor se apresuró con la invocación y elevó la daga en el aire. Antes de que descendiera sobre la blanca carne del bebé, una garra negra y maloliente sujetó su muñeca. «No, por favor, no lo permitas, Señor. Dame solo unos segundos más». El instructor sabía que estaba perdido, no tenía suficiente poder para enfrentarse a seis de los Señores Oscuros. Su única esperanza, no para sí mimo sino para la Magia Blanca, era acabar con el ser que tenía delante.
No pudo acabar el pensamiento. Un momento más tarde yacía sobre el suelo del bosque, desangrándose por un profundo corte en la garganta, mientras los brujos se llevaban el cesto y su contenido.

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