sábado, 7 de enero de 2012

MOLOBO XII

BUENAS DE NUEVO!!

PERDÓN POR EL RETRASO (UNA VEZ MÁS), PERO AYER ME PASÉ EL DÍA JUGANDO CON LAS BARBIES (EN SERIO). LA PRÓXIMA SEMANA SERÉ PUNTUAL, PROMETIDO.

EN LA PÁGINA RELATOS CORTOS HE COLGADO EL ÚLTIMO (HASTA LA FECHA) BATACAZO EN UN CONCURSO LITERARIO. ESPERO QUE OS GUSTE, YA ME DIRÉIS.

Y AHORA, NUESTRA ENTREGA SEMANAL DE MOLOBO. TENGO UN EDITOR QUE VA A LEERLA. SI LE PARECE LO BASTANTE BUENA, LA PUBLICARÁ. YA OS IRÉ CONTANDO.

HASTA LA SEMANA QUE VIENE.


VII.
Cogí una mochila y metí dentro una cantimplora y una linterna, acompañadas de un bocadillo, que nunca está de más, y tras dormir una reconfortante siestecilla, me dirigí al extremo del claro que daba a la parte de la montaña, en dirección opuesta a la granja de Herb. Esta parte era totalmente salvaje a lo largo de varios kilómetros, hasta llegar al pueblo.
El bosque era tan tupido que no sabía por dónde entrar. Tuve que recorrer el lindero arriba y abajo unos cien pasos hasta que encontré un punto del que parecía partir una senda olvidada hace muchos años. La naturaleza había recuperado el lugar que le había sido arrebatado, de modo que me fue difícil traspasar el umbral.
La primera sensación apenas hube avanzado unos metros fue el frescor que la cubierta vegetal proporcionaba. La diferencia de temperatura era de ocho o diez grados. Lo que veinte metros atrás era sofoco estival ahora era una agradable sensación de primavera retenida entre aquellos barrotes de madera de quince o veinte metros de altura. Una vez dentro, para avanzar tenía que apartar constantemente ramas de árboles y arbustos, aparte del ramaje caído y seco y de las plantas de poca altura, que arañaban mis piernas al andar. Me arrepentí de inmediato por traer pantalones cortos, me acordé de Herb cuando insinuó que yo era un “señorito” de ciudad, no apto para estos parajes. Decidí que cuatro raspones no me iban a arredrar y seguí avanzando entre la espesura.
Quince minutos después me di cuenta de que no estaba sólo en aquel bosque. Una miríada de pájaros, ardillas y otros animales se movían, gritaban, cantaban afanosos en su trajín rutinario. Levanté la vista y pude verlos revolotear y saltar entre los árboles. Por la parte inferior la “población” era más sigilosa, pero vi un erizo esconderse tras unas matas con pequeñas flores color lavanda. De repente, me pareció que la vegetación era menos agobiante, y al mirar hacia abajo vi una especie de sendero, un camino estrecho pero bien definido. Cientos o quizás miles de patas habían pasado por ahí, aplastando la hierba y la hojarasca. Es posible que siguieran transitando aún, por lo que seguí mi aventura haciendo el menor ruido posible para descubrir a los dueños de aquella obra de ingeniería natural.
Llevaba casi una hora caminado y estaba empezando a notar cansancio, cuando me llegó el rumor del agua. Un poco más adelante los árboles se abrieron un poco y hallé un riachuelo, no más de dos metros de anchura y con un agua cristalina como jamás había visto. Recordé que Paulette me había hablado de él. Me senté un poco sobre un gran roca que había cerca y bebí un poco de agua. Mientras estaba distraído admirando cada pequeño detalle a  mi  alrededor, un leve chapoteo unos metros corriente arriba llamó mi atención. Asombrado, contemplé a dos ciervos que habían venido a beber. Permanecí inmóvil, hasta que se fueron, maravillado por su belleza.
Miré el reloj. Las seis y media. No quería que la noche me pillara allí, así qué busqué un lugar por donde saltar el arroyo y continué. Pensé que sería mejor dar la vuelta a las siete como muy tarde, en medio de aquel bosque la luz estaba empezando a decaer. Un poco después encontré la entrada de una cueva. Era lo bastante alta como para entrar de pie, y me acerqué sacando la linterna de la mochila. Se me ocurrió que era posible que hubiera osos en la zona, y no me apetecía encontrarme cara a cara con uno de ellos. “Si los hubiera, alguien lo habría mencionado en algún momento”, pensé, y esta idea fue la que me impulsó a entrar, puesto que, en efecto, nadie se había referido a los osos para nada.
Enfoqué el haz de luz hacía adentro. No se veía nada. Sólo las paredes de roca. El fondo no estaba a la vista. Era como un túnel y eso me hizo estremecer un poco, 

No hay comentarios:

Publicar un comentario