viernes, 13 de enero de 2012

MOLOBO XIII

   BUENOS VIERNES!

   HOY ES VIERNES 13, ASÍ QUE CUIDADO CON LOS PSICÓPATAS QUE PULULAN POR EL MUNDO, QUE SON MUCHOS Y NO TODOS SE VEN A SIMPLE VISTA. LOS ENLACES DE LOS RELATOS Y LA POESÍA HAN ESTADO UN TIEMPO SINFUNCIONAR, PERO YA ESTÁN ARREGLADOS, YA PODÉIS ENTRAR Y LEERLOS. HE COLGADO "HURACÁN" EN UN FORO LLAMADO OCIOZERO.COM, DONDE OTROS ESCRITORES COMENTAN LO QUE LES PARECE. PODÉIS VERLO ENTRADON EN LA PÁGINA, PINCHANDO EN LITERATURA Y LUEGO EN RELATOS. SI A ALGUIEN LE INTERESA, PUEDO DAROS EL ENLACE DIRECTO.

   ESTA SEMANA NO HAY NOTICIAS. PRONTO ACABARÉ DE ESCRIBIR ESTA NOVELA. LUEGO HAY QUE LUCHAR POR VERLA EDITADA.

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   LA SEMANA QUE VIENE ESPERO TRAER ALGO DE INTERÉS.


aunque como hacía un poco de fresco y había llevado ropas ligeras, lo achaqué más a eso que al frío. En ese momento un olor nauseabundo y dulzón penetró en mi nariz. Era un olor a podredumbre, a animal muerto, que se iba intensificando a cada paso que daba. Tirité de nuevo, y esta vez no fue de frío. “Eres un cagueta, aquí no hay nada”. Pero el pensamiento de que algo muerto que no podía ver estaba ahí delante, junto con las historias que me habían contado, empezó a hacer mella en mi ánimo.
Algo me golpeó en la cara. Grité y me aparté, dándome un coscorrón contra el techo. Volví la linterna, respirando aceleradamente, y me eché a reír, nervioso, al comprobar que sólo eran unas raíces que colgaban del techo. Me pareció oír algo. Agucé el oído para cerciorarme. Tenía la certeza de que había sido una insensatez entrar allí yo sólo. ¿Qué iba a hacer si alguna alimaña habitaba allí y no le hacían gracia las visitas? Peor aún, a lo mejor sí le hacían gracia…
Con claridad me llegó una especie de sonido gutural, el gruñido de alguna bestia desde lo más profundo del túnel. Con el mayor aplomo que pude, empecé a retroceder marcha atrás, sin quitar la vista de la oscuridad sin fin que tenía delante. El gruñido parecía aumentar, y poseía varios tonos: eran varias las gargantas que lo emitían. Presa del pánico, me volví y eché a correr, mirando hacia atrás a cada segundo. Tenía que salir de allí a toda pastilla, pero la salida tampoco aparecía, me había adentrado demasiado. Casi lloraba, desesperado, ahogándome en aquel pozo maloliente, cuando por fin vi la luz y apreté el paso.
Salí de la cueva como una bala de cañón y corrí como un poseso unos metros. Me detuve y me giré, mirando hacia la entrada. El bosque se encontraba en penumbra, me había entretenido demasiado dentro y la tarde ya estaba en las últimas. Una vez fuera, me sentí ridículo, como un niño que entra en un cementerio por la noche para superar una apuesta con sus amigos para comprobar que, aparte de tumbas, no hay nada. Me había dejado sugestionar por todos aquellos cuentos de fantasmas. Miré una vez más, pero nada apareció por la boca de la cueva.
Entonces, tuve una extraña sensación. Algo no iba bien. Todo estaba en silencio. Aparte de la brisa entre las hojas de los árboles, nada. Miré a los lados y me quedé petrificado. Apenas diez metros más allá, unos ojos brillantes me observaban por encima de unas fauces abiertas que dejaban entrever los caninos. El lobo no se movió. Yo había oído que pueden oler el miedo, como los perros, así que hice acopio de la poca serenidad que me quedaba. Di un paso atrás. El animal no se movió. Retrocedí un poco más. Nada. Un paso más. Pisé una rama, que se rompió. El chasquido hizo eco en medio del silencio. El lobo abandonó su inmovilidad y saltó en pos de mí. Me di la vuelta y, una vez más eché a correr.
Corría tan rápido como mis piernas me permitían. Tanto que apenas notaba el suelo bajo mis pies. Todo lo que antes me habían parecido obstáculos ahora no existía, solo aquella carrera por mi vida. Tras de mi oía el jadeo del lobo, sus gruñidos, y le imaginaba con la boca hecha agua, anticipando el festín. Llegué de nuevo al río y seguí la orilla hacia abajo, siguiendo su curso. La respiración del lobo se acercaba cada vez más. No me atrevía a mirar atrás previendo que podía tropezar y caer, y eso sería lo último. Las patas del animal salpicaban en el agua del riachuelo. En un momento me pareció notar la humedad de su aliento, así que apreté aún más el paso, y entonces el suelo despareció bajo mis pies.
No me había dado cuenta, pero oculto detrás de tanta vegetación había un desnivel en el suelo. El agua caía en una pequeña cascada de un metro y medio. Mis

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