viernes, 7 de septiembre de 2012

JACK VUELVE (XIII) Y PENÚLTIMA, DE MOMENTO

   BUENAS TARDES
   ESTA SEMANA NO SE HAN PRODUCIDO LOS FALLOS DE CONCURSOS QUE ESTABAN PREVISTOS. SOLO UNO DE ELLOS, EN EL QUE PARTICIPABA "AZUL CARIBE", Y NO HA HABIDO SUERTE UNA VEZ MÁS.
   A VER SI LA PRÓXIMA SEMANA OS TRAIGO UNA BUENA NOTICIA. MIENTRAS TANTO, OS DEJO CON JACK VUELVE. EN VISTA DE LAS MUY BUENAS CRÍTICAS QUE ESTÁ RECIBIENDO, ME ESTOY PLANTEANDO LLEVANRLO AL FORMATO NOVELA CORTA. EN ESE CASO DEJARÉ DE PUBLICARLO Y CUANDO ESTÉ COMPLETO BUSCARÉ A ALGUIEN QUE HAGA UNA PORTADA Y UN MAQUETADO Y LUEGO LO REGALARÉ EN PDF.
   DE MOMENTO AQUÍ OS DEJO OTRO TROCITO.
 
—Le digo que hay algo en esa mujer que no me inspira confianza. Su declaración me pareció, como mínimo, confusa. Oculta algo, estoy seguro. Me apuesto el bigote.
El sargento Pileggi se hallaba sentado en un sillón de cuero frente a una enorme mesa de caoba, llena a rebosar de papeles y carpetas. Al otro lado de la mesa, el adusto semblante que le escuchaba atentamente no se perdía detalle. Sus pequeños ojillos oscuros se habían ganado a pulso la fama de ser difíciles de engañar.
Aunque estaban hablando en la oficina del director de la comisaría, no era este el interlocutor del sargento. Se trataba del inspector Higgs, cuyo despacho se había mojado y puesto patas arriba con la tormenta de la noche anterior. Una de las ventanas había estallado y la lluvia torrencial se había encargado del resto.
El inspector era un hombre menudo, entrado en los cuarenta. También estaba entrado en carnes, pero nadie que le conociese, exceptuando quizás a su esposa, se habría atrevido a sugerirle semejante cosa. Su pelo, canoso y rebelde, se empeñaba en permanecer enhiesto desafiando a la ingente cantidad de fijador que se le aplicaba. Tenía por costumbre fumar en pipa, lo cual irritaba sobremanera a Janice, su secretaria, quien, a pesar de todo, se había atrevido a observar lo molesto de aquel “maloliente objeto”. El inspector se había girado con intención de replicar enérgicamente, pero la feroz mirada de Janice había retenido las palabras en su garganta, por una única vez.
—Tenga cuidado, sargento. No dudo de su intuición ni de su competencia, por supuesto, pero tenga en cuenta que está hablando de una dama que pertenece a la alta sociedad. Su padre es un noble. Cualquier error tendría para nosotros, especialmente para usted —esto último lo recalcó con especial énfasis—, consecuencias irrevocables. Ándese con cuidado, camina sobre terreno resbaladizo.
—Lo sé, inspector, pero creo que deberíamos vigilarla de cerca. Hay que buscar una manera de no perder de vista a esa joven sin ofender su condición.
—Supongo que a alguien con tantos años de experiencia en la policía no he de advertirle hasta qué punto puede llevar sus pesquisas en el hogar y la familia de Sir Richard. Ningún juez se pondrá de su lado en un juicio. Salvo que las pruebas que presente sean absolutamente irrefutables ¿me explico con claridad?
El sargento se revolvió en su sillón, incómodo. Entonces una idea fugaz y atrevida, cruzó su mente como un destello de impávida luz atraviesa una fisura en el techo de una oscura caverna.

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