viernes, 26 de abril de 2013

JACK VUELVE XXI

   BUENOS VIERNES
   HOY LLEGAMOS AL CAPÍTULO XXI (COMO EL SIGLO) DE NUESTRO RELATO EN CURSO, "JACK VUELVE", QUE LLEVA CAMINO DE CONVERTIRSE EN UNA PEQUEÑA NOVELA CORTA. ES POSIBLE QUE LLEGUE A ELLO, NO ESTÁ DESCARTADO.
   A FALTA DE MEJORES (Y PEORES) NOTICIAS, OS LO DEJO AQUÍ. OJALÁ OS GUSTE.
   HASTA PRONTO
 
El sargento Pileggi, encargado de la investigación del caso desde el primer momento, les permitió posponer su declaración hasta el siguiente día a tenor de la avanzada hora de la noche. Percy había acompañado a Constance a su casa. Se la veía demacrada, despeinada y sucia después de los sucesos ocurridos en el callejón. Se phabía pasado casi todo el camino hasta la comisaría llorando e hipando, incapaz de articular ni una sola palabra, agarrada del brazo de Percy. Este intentaba consolarla dándole palmaditas en la mano y sosteniéndola, pues temía que sufriera un desvanecimiento.
            Cuando llegaron a comisaria en compañía del agente que los había salvado de aquel mendigo harapiento y borracho que les había hecho pasar tan mal trago, todas las cabezas se habían vuelto. El grupo no podía haber resultado más chocante: una agente de policía, un mendigo y una pareja de jóvenes con un atuendo y un porte propios de la alta sociedad  tan sucios y malolientes como el mendigo. Constance se había vuelto hacia él con una mirada que denotaba la humillación que sentía. Se apretó contra su brazo en busca de protección frente a todos aquellos ojos que la acusaban como si de una vulgar ratera se tratase. Por suerte para ellos, el sargento Pileggi estaba de guardia esa noche. Aunque Constance no le había caído bien cuando se conocieron en casa de Faith, el joven que la acompañaba no podía ser más amable. Todo un caballero de la cabeza a los pies.
            —Está bien, teniendo en cuenta la hora que es y el lamentable aspecto que tienen, no hay ningún problema —dijo, mirando de reojo a la llorosa Constance— en que se presenten mañana para que les tome declaración. Lo único que les ruego es que lo hagan por la tarde, más bien a última hora. Esta noche acabo el turno muy tarde y tengo intención de irme a casa  dormir un poco. Puesto que soy yo quien instruye el caso, prefiero que hablen directamente conmigo. Pueden marcharse si gustan, no veremos mañana.
            —Muchas gracias, sargento —replicó Percy, tocándose el ala del sombrero en un elegante y atento gesto—. Mañana sin falta nos tendrá aquí. Le agradecemos su consideración.
            Mientras acompañaba a Constance de nuevo a casa, Percy contemplaba las estrellas, que titilaban por encima de sus cabezas sobre el firmamento estival. A medida que pasaba el tiempo le iba pareciendo mentira todo lo acontecido. No se explicaba cómo habían podido llegar a verse envueltos en semejante situación. Le costaba asimilar que había sido él mismo quien había impulsado la “aventura”, más bien como una chiquillada, como un juego con Constance. Y lo más rocambolesco era la manera en que todo había terminado, con ellos en comisaría pasando aquella vergüenza tan impropia para alguien de su clase.
            Antes de despedirse frente a la cancela de su casa, Constance se volvió. Sus ojos brillaban a la luz de los faroles que iluminaban la calle. Percy no supo decir si era a causa de las lágrimas vertidas o era otra cosa lo que destellaba en los ojos de ella.
            —Oh, querido —farfulló Constance mientras se sonaba la nariz una vez más—, lo de esta noche ha sido terrible. No sé qué hubiera ocurrido si no hubieses estado allí para… para… para protegerme. Aquel hombre tan horrendo y hediondo… no puedo ni pensar…
            —No le des más vueltas, Connie —Percy la tomó por los hombros, sin atreverse a abrazarla en medio de una calle atestada de gente—. No ha ocurrido nada gracias a Dios. Si hubieras estado tú sola con seguridad no te hubieras adentrado en aquella calleja sucia y oscura. Lamento muchísimo lo ocurrido. No debí…
            Ella no le dejó terminar. Interrumpió sus palabras posando un dedo sobre su boca. El se sorprendió ante la intimidad del gesto, pero no lo rechazó. Le agradaba el giro que tomaba la situación.
            —Luego ha estado el bochorno que he pasado en comisaría, con ese sargento. Sé que me desprecia, lo vi en sus ojos cuando fue a interrogar a Faith a su casa. Nos detesta por ser ricos. Hay muchas personas como él. Y tú me sacaste de nuevo del apuro.
            —Querida, no debes prejuzgar a las personas solo por su condición social. El sargento Pileggi hace su trabajo, no puede permitir que estas cuestiones afecten a su investigación. No creo que él odie a todos los ricos. Simplemente es un policía. Todos son un poco secos. Y respecto a mí, yo no…
            —Déjame hablar un momento Percy. Tengo que decirte algo, y si no lo hago ahora quizás me arrepienta el resto de mi vida. Yo… yo… —vaciló unos momentos, como si fuera incapaz de encontrar las palabras adecuadas— yo te quiero, Percy. No quiero separarme nunca de ti. Espero que me aceptes como tu esposa. Me esforzaré por hacerte feliz.
            —¡Oh, vaya! Se supone que…
            Pero no puedo terminar la frase. Ella se alzó de puntillas sobre sus escarpines y le besó en los labios, mientras Percy se sentía arrollado por las circunstancias por segunda vez ese día, envuelto en una situación que, sin saber cómo, se le había escapado de las manos.

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