viernes, 21 de junio de 2013

¡¡¡ÚLTIMO AVISO!!! Y JACK VUELVE XXIX

   HOLA A TODOS
   OS RECUERDO QUE LA SEMANA QUE VIENE CAMBIARÉ LA DIRECCIÓN URL (NOMBRE DE LA WEB) DEL BLOG, YA OS DIRÉ CUÁL ES EL NUEVO PORQUE TENGO QUE PROBAR QUE EL QUE TENGO PENSADO NO ESTÉ OCUPADO.
   A PARTIR DEL 1 DE JULIO TENDRÉIS QUE TECLEAR OTRA DIRECCIÓN PARA ACCEDER AL BLOG. SUPONGO QUE PERDERÉ A ESAS PERSONAS QUE APARECEN COMO SEGUIDORES A LA DERECHA, PERO LOS QUE ESTÁIS EN MI LISTA DE CORREO NO TENÉIS DE QUÉ PREOCUPAROS, LA NUEVA DIRECCIÓN ESTARÁ ALLÍ.
   SIN MÁS OS DEJO CON "JACK VUELVE"
   HASTA PRONTO...
 
 

Constance no paró de llorar todo el trayecto hasta llegar a su casa. Las calles se desdibujaban en un mar de lágrimas que no cesaba.

            No podía creer que todo se hubiera desmoronado de esa manera, en cuestión de segundos. Todos los planes para el futuro, todas las molestias que se había tomado para llegar hasta Percy… Se había comportado como una estúpida malcriada. Ahora lo veía con claridad. Pero lo que nunca habría imaginado era que alguien con la posición económica y social de Percy pudiera caer tan bajo como para liarse con una… vulgar doncella. Su mente se negaba a aceptarlo. Sin embargo, la expresión de culpabilidad en el rostro de él no le había dejado lugar a dudas. «Todos los hombres son iguales», pensaba a medida que luchaba contra el viento y se esforzaba por arroparse, «promiscuos por naturaleza».

            Al volver la esquina de su calle, le pareció ver por el rabillo del ojo una sombra moverse unos metros por detrás de ella. El llanto se detuvo. Se giró, pero no vio nada anormal.

            —¡Hola! ¿Hay alguien ahí?

Nada. Aguardó unos instantes antes de proseguir su camino, pero una punzada de inquietud se le había agarrado al estómago. La calle se veía desierta. Quizás debería haberse tragado el orgullo por una última vez y haber permitido que Percy la acompañase a casa.

Un ruido la sobresaltó. Se detuvo y miró atrás de nuevo. El estrépito provenía de un callejón que acababa de dejar atrás. La inquietud se tornó en pánico. Había alguien allí. No estaba sola. Calculó que apenas le faltaba un centenar de metros para llegar a la puerta de su casa. Una vez traspasada la cancela, estaría a salvo.

—¡Oiga! ¿Necesita ayuda? —inquirió con voz temblorosa. Nada más decirlo, se sintió ridícula, pero su mente se negaba a elaborar algo más convincente.

La respuesta no llegó. Constance se armó de valor y  dio un paso hacia el callejón. No se atrevía a darle la espalda al sonido. «No tengo nada con qué defenderme», pensó.

En un esfuerzo titánico por recuperar el control de sí misma, respiró hondo y avanzó hacia el callejón. Se quitó un botín y lo enarboló. «Un buen golpe con un tacón en un ojo puede resultar muy convincente», se dijo a sí misma. Llegó a la entrada del callejón y se asomó por la esquina con cautela. No se veía demasiado, no estaba iluminado.

Por un momento cruzó por su mente la descabellada idea de entrar allí y cerciorarse de que nadie la acechaba, que todo lo estaba imaginando y se estaba sugestionando a sí misma, presa de un ridículo temor sin fundamento. Descartó la posibilidad, no se metería en aquella calleja maloliente por nada del mundo.

Intentó recomponerse y se calzó de nuevo, volviéndose en dirección a su casa, cuando un nuevo ruido le hizo saltar el corazón del pecho. Se volvió, imaginando que un sucio mendigo se le echaba encima, cuando vio que era un simple gato el que salía de las sombras con un pequeño ratoncillo en la boca.

Apoyada contra la pared, sin respiración, permaneció unos momentos maldiciendo  su propia debilidad. Todo aquel follón por un gato. A fin de cuentas, no era más que una mojigata, pensó con amargura. Si Faith hubiera estado allí ella no habría tenido miedo.

Faith. Ella sí que tenia las ideas claras y no le importaba enfrentarse a lo que hiciera falta para conseguir sus propósitos. En ese momento recordó el asunto de Alfred. Algo no olía bien en todo aquello. Constance no creía en la casualidad. Si Alfred era un agente de policía su presencia entre ellos no podía ser fortuita. Al día siguiente se acercaría para comentar con Faith lo que había averiguado. Ella sabría qué hacer.

Llegó hasta la puerta de su casa y sacó un llavín para abrir la cancela que daba acceso al patio. Un susurro de ropas se elevó tras de ella. Una mano la agarró del brazo. El grito salió de su garganta sin darle tiempo ni siquiera a pensarlo.

—¡No grites, Constance! ¿Soy yo!

—¡Alfred! ¿Qué estás haciendo tú aquí?

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