jueves, 4 de julio de 2013

JACK VUELVE... DERRETIDO POR EL CALO (ES DECIR, XXXI)

   BUENOS VIERNES

   ES UN DECIR, PORQUE ESTE CALOR ES INAGUANTABLE. DE MILAGRO OS PUEDO TRAER EL TROCITO SEMANAL DE "JACK VUELVE". NO PUEDE UNO PONERSE A ESCRIBIR A NINGUNA HORA, NI DE DÍA NI DE NOCHE.
 
   EN FIN, OS DEJO CON JACK. A PASARLO LO MEJOR POSIBLE.
 
Constance hubo de esperar unos instantes mientras su desbocado corazón volvía a su ritmo normal. Aún dudaba de su cordura. Sus ojos no la engañaban. Era Alfred.
            —Salí de casa a tomar una cerveza —mintió— y os vi a Percy y a ti en la calle, de pie, parados. Parecía… —hizo una breve pausa para dar la sensación de que lo que iba a decir le avergonzaba un poco— parecía que estabais discutiendo. Luego te vi marcharte sola y vine tras de ti. No es muy seguro que una joven camine sola por las calles de Londres una vez que se ha puesto el sol.
            Ella se quedó mirándole. Aquella historia rozaba lo absurdo y la actitud de Alfred no era la que correspondía con su carácter, tranquilo y afable. «Esta noche está resultando muy atípica», pensó Constance mientras escrutaba el rostro de Alfred. «Atípica y reveladora por partes iguales», los pensamientos le llegaban a ráfagas, como si de revelaciones se tratase. En una asociación extraña de ideas, se le vino a la mente la noche de la sesión de espiritismo, a la que había acudido solo por coincidir con Percy. Experimentó una peculiar sensación, como si ese recuerdo surgido de la nada significase algo importante, pero desechó la idea para centrarse en lo que tenía delante.
            Decidió que lo mejor era no andarse con rodeos y formuló la pregunta que pugnaba por asomar a sus labios.
            —Alfred, te voy a hacer una pregunta que quizás te pueda chocar, puede que incluso la juzgues impertinente, pero hay una cosa que necesito saber. Te ruego seas sincero conmigo si es que aprecias en algo mi amistad, aunque en una noche como esta ya todo se me antoja confuso e incierto. ¿Estabas en la comisaría hace un rato?
            Un ligero sobresalto asomó en la expresión de Alfred. Por un momento estuvo tentado de seguir con la pantomima, pero se dio cuenta de que su historia se había derrumbado en un segundo. Justo en el momento en que Percy le había visto. Bajó la vista antes de contestar.
            —En efecto, era yo el que estaba allí. Supongo que Percy te lo ha contado.
            —Así es. En menos de media hora he descubierto que dos de la personas que tenía por mis amigos no son lo que yo pensaba.
            —No me juzgues aún, Constance. No has oído mi historia. Hay muchas cosas que ignoras.
            —Es posible que no quiera sabes los detalles, Alfred —la indignación de Constance iba en aumento—. Puede que prefiera seguir siendo una mujer ignorante que puede ser tratada como un ser de inteligencia inferior, mientras los hombres pensáis que podéis utilizarnos a vuestro antojo, a vuestra conveniencia.
            —No se trata de eso —dijo él con voz calmada, haciendo un gesto conciliador con la mano—, deberías…
            —¡No me digas lo que debo o no debo hacer! —Constance dejó salir la furia acumulada en su interior— ¡Lo primero que has de hacer, Alfred o como te llames, es aprender a ir con la verdad por delante! Tu vida será más fácil y al menos las personas que te quieren lo harán por ti y no por la máscara que llevas puesta. ¿Quién eres de verdad?
            Alfred se tragó la humillación y, tras aclarar la voz, consiguió decir:
            —Si me dejas, te lo contaré. Te ruego que no me interrumpas. Mi verdadero nombre es Alfred, y no soy ni tan falso como crees ni tan mal intencionado. Todos tenemos mucho que aprender. Tú deberías aprender a no juzgar a la gente tan a la ligera y a escuchar lo que los demás tienen que decir, Constance. Las cosas no son ni de lejos como tú imaginas.
            Mientras Alfred relataba su historia, a tan solo tres manzanas de distancia, la sangre inundaba la casa y el jardín de los Thornton.

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