viernes, 12 de julio de 2013

JACK VUELVE XXXII... NOS ACERCAMOS AL FINAL

   HOLA A TODOS
 
   EN MEDIO DE ESTA OLA DE CALOR QUE SE NIEGA A MARCHARSE POR DONDE VINO AQUÍ ESTOY UN VIERNES MÁS, CON ESTA HISTORIA QUE SE VA A CONVERTIR EN MI NUEVA NOVELA CUANDO TERMINE DE ARREGLARLA (PARA EL OTOÑO, ESPERO) Y QUE YA SE ACERCA A SU FINAL.
 
   EN UNAS SEMANAS NOS DESPEDIREMOS DE ESTOS PERSONAJES QUE NOS HAN ACOMPAÑADO DURANTE TANTOS MESES. ME DARÁ UN POCO DE PENA, PERO ES HORA DE DEJAR PASO A NUEVAS HISTORIAS.
 
   ESPERO QUE OS HAYA GUSTADO LEERLO TANTO COMO A MÍ ESCRIBIRLO.
 
   HASTA PRONTO
 
El grito retumbó a través del aire de las salas de la casa en medio del silencio nocturno. Lisa, el ama de llaves, estaba cerrando puertas y ventanas antes de irse a casa tras una larga jornada laboral cuando se dio cuenta de que la puerta trasera, la que daba al jardín, estaba abierta de par en par. «Qué extraño», se dijo a sí misma, «juraría haberla cerrado esta tarde después de que el mozo entrase la leña para la chimenea desde el cobertizo». Fue a la entrada principal a buscar el manojo de llaves, que ya había colgado, maldiciendo mentalmente a ese holgazán irresponsable de Mathew. Siempre tenía que estar detrás de él. Cuando entraba en casa para arreglar algo dejaba todo tirado por cualquier parte. Constantemente le tocaba a ella recoger los enseres que el muchacho dejaba o mandar a alguna doncella para que lo hiciera en su lugar.
            Volvió sobre sus pasos sin prender las luces, no le hacía falta. Conocía la casa mejor que la suya propia. No en vano llevaba trabajando allí desde que era casi una niña, recordó. Entonces Sir Richard era un joven apuesto y orgulloso y ella estaba enamorada de él como cualquier jovencilla en su momento. Tenía unos ojos azules preciosos. Una sombra planeó sobre el recuerdo de Lisa cuando pensó en que la muerte de la señora apagó ese precioso brillo celeste de aquellos preciosos ojos. «Todos acabamos en el mismo lugar», reflexionó, «los ricos y los pobres».
            Con suspiro lleno de filosofía eligió la llave oportuna del gran llavero y se dispuso a cerrar la puerta del jardín cuando resbaló y hubiera caído de no ser porque consiguió agarrarse en el último momento a la mesa que había en aquel cuarto que hacía las veces de despensa y cocina. En la casi oscuridad, distinguió una gran mancha en el suelo. Reponiéndose del sobresalto, se dirigió al interruptor de la luz y lo accionó.
            —¡Santo Dios! ¿Qué es esto?
            Una enorme mancha roja cubría una buena parte del suelo junto a la puerta que daba al jardín. Aparecía difuminada allí donde había resbalado. Sus pies habían dejado un rastro de huellas que llevaba hasta donde se hallaba de pie, confusa. Un rastro de pequeñas gotas partía de la mancha grande hacia el interior de la casa. Lisa tardó unos segundos hasta darse cuenta de lo que podía ser. Cuando las implicaciones del hallazgo comenzaron a hacerse evidentes, el miedo atenazó sus sentidos, impidiéndole hacer nada: las manchas de sangre, la puerta abierta, el reguero de gotas hacia el interior de la casa… una sensación helada recorrió su espalda. No supo si salir al jardín, temerosa de lo que pudiera encontrar, pero tampoco podía entrar en la casa, el rastro de sangre no presagiaba nada bueno. Pensó en dar la voz de alarma, pero por otro lado un fogonazo de serenidad le hizo reconsiderar ese primer impulso: quizás solo se trataba de algún animal, uno de los perros, de alguna manera estaba muerto y Mathew lo había arrastrado a la basura dejándolo todo perdido de sangre. Quizás había sacrificado una gallina para la comida del día siguiente y había ido a lavarse las manos, sin preocuparse de por dónde pasaba. Era lo suyo: mancharlo todo y no recoger nada.
            Lisa se convenció de que se había alarmado como una tonta sin pensar en la explicación más lógica. «Qué estúpida eres, querida. Te has puesto histérica por una nadería. Ahora ya sabes lo que te toca: a limpiarlo todo antes de marcharte».
            Una vez más pensó en darle un tirón de orejas a ese despreocupado cuando le viese al día siguiente. Suspiró y se dirigió a la puerta del jardín. Sin embargo, se detuvo un momento y abrió un cajón, aquel donde se guardaban los cuchillos. Cogió el más grande y observó el filo amenazador durante unos breves instantes.
            —No perjudica a nadie ser precavida, ¿verdad? —dijo en voz alta para darse ánimos mientras abría la puerta del jardín.

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