viernes, 4 de julio de 2014

EL OCASO DE LA MAGIA (V)

   BUENOS VIERNES
   DESPUÉS DEL ATRACÓN PULP (ESPERO QUE TODOS, PERO TODOS, LE ECHÉIS UN OJO A LA ANTOLOGÍA, ESTÁ MUY BIEN) DE ESTA SEMANA, VOLVEMOS A LAS ANDADAS. NUESTROS PERSONAJES SIGUEN SU CAMINO TRAS EL ENCUENTRO CON LA SERPIENTE ENVIADA POR ORRODEP. ¿QUÉ LES ESPERARÁ MÁS ADELANTE?
   NO OS LO PERDÁIS, SEMANA TRAS SEMANA DESCUBRIREMOS EL FINAL DE ESTA HISTORIA Y EL ORIGEN DE LOS NOMBRES DE LOS PERSONAJES, QUE TIENE SU PROPIA HISTORIA...
   HASTA PRONTO

Latsirc se apresuró a socorrer a Simara, que yacía inmóvil al otro lado del claro. Se agachó y la sacudió un poco. No hubo reacción.
            —¡Simara! ¡Vuelve! ¡No te vayas, no me dejes! ¡No aquí y ahora!
            —¿Te molesta la compañía? No lo parecía hace un momento cuando te he quitado a esa serpiente de encima —la voz de Etneilav sonó detrás de ella. La joven se giró, airada.
            —¡No digas idioteces y ayúdame con ella! Llevémosla junto al fuego.
            La reacción sorprendió al guerrero. Aquella mujer desprendía fuego a través de su mirada. Decidió dejar las bravatas para después, aquella no era gallina que se dejara impresionar por cualquier gallo. Tomó el cuerpo de la hechicera en brazos y, con una aparente facilidad a pesar del peso del mismo, lo depositó con facilidad junto a la hoguera. Latsirc tomó un pequeño recipiente extraído de un fardo que reposaba en el suelo, retiró el tapón y lo acercó a los labios de Simara. No estaba muerta, pero tampoco volvía en sí. Sin ella no podría completar su misión, no llegaría hasta su objetivo. Con un gesto inconsciente, se apartó el pelo del rostro e intentó que la anciana bebiera un poco.
            —¿Qué es eso? —Etneilav señaló una especie de mancha que había aparecido en la frente de la chica al retirar el cabello hacia atrás— ¿Alguna marca especial que usáis en tu tribu? ¿Eres una esclava? No puedes estar casada aún. Ningún marido permitiría que su mujer anduviese perdida en medio de la Selva de la Perdición.
            Latsirc se revolvió. Aquel tipo estaba consiguiendo sacarla de sus casillas.
            —¿Quién eres tú? ¿Es que no puedes mantener la boca cerrada? Preguntas, preguntas… pareces una alcahueta en lugar de un guerrero. Quizás los dioses se equivocaron de cuerpo para tu espíritu.
            —De acuerdo, de acuerdo —Etneilav replegó sus velas. De nuevo había errado el tiro—. Quizás hemos empezado con mal pie. Empezaré yo, tranquila: soy uno de los pocos que sobrevivieron cuando los Satars gigantes de Orrodep atacaron el poblado donde yo vivía. El techo de paja del establo donde me hallaba en aquel momento cayó sobre mí y pensaron que estaba muerto. Unos días después un mercader que pasó por allí encontró un niño herido, hambriento y deshidratado, al borde de la muerte. Ese niño era yo. Me recogió y me llevó con él en calidad de semiesclavo. A mí me dio igual, mi familia había muerto y tampoco tenía donde ir. Era un buen hombre. En poco tiempo ya no era mi amo sino mi amigo, un sustituto de mi verdadero padre. Murió hace poco, ya era muy anciano. Entonces pensé que lo más acertado sería ir a Lartania, la capital. Quizás me acepten como escolta en el Templo. Soy un buen guerrero. ¿Qué me dices de ti?
            Latsirc pensó un momento antes de contestar. El joven era un poco atontado y engreído, pero no parecía una mala persona.
            —No hay mucho que contar. Hasta hace poco vivía tranquilamente en mi casa, en un pequeño poblado lejos de aquí. Casi buscando marido, como decías —le regaló una mirada significativa y él se encogió de hombros mostrando las palmas de las manos como diciendo «qué querías que te dijera»—. Parece mentira que haya recorrido toda esta distancia, jamás había traspasado los límites de la aldea. Un día se presentó Simara en el pueblo y preguntó por el jefe. Este a su vez llamó a mi padre y luego a mí. Ella —señaló con un dedo a la anciana inconsciente— es una de los pocos magos que restan en el mundo. Pertenece a la Orden de la Luz, aunque si me preguntas no sabría explicarte mucho. Me dijo que debía acompañarla sin demora, que se trata de un asunto de vital importancia. Para el mundo, fíjate. Yo, la hija de un campesino, con el destino del mundo en mis manos. Bueno, no exactamente en mis manos. Parece ser que la cosa está relacionada con esto.
            Entonces Latsirc levantó su negra melena y dejó al descubierto la parte posterior del cuello. Etneilav se inclinó para ver mejor a qué se refería. Cuando lo vio enarcó las cejas, sorprendido. Desde el punto donde nacía el cabello comenzaba una marca, una sorprendente marca en forma de una serpiente enroscada y mordiéndose la cola.
            —¡Increíble! ¡He visto eso en algún lado, aunque no recuerdo su nombre!
            —Es un Uróboro, jovencito —la que contestó fue Simara. Había abierto los ojos y se incorporaba con dificultad. Un ser mágico y místico. Pero podéis seguir hablando como dos bobos, no hace falta que acudáis a ayudar a una pobre anciana dolorida.
            —¡Simara, estás bien! Pensé que… que te iba a perder —Latsirc suspiró de alivio.
            —Una simple serpiente no es suficiente para deshacerse de una maga. Por muy decrépita que esté.
            Latsirc la abrazó con los ojos anegados en lágrimas.
            —¡Qué bien tenerte aquí! No se te ocurra darme un susto así de nuevo. No sé qué haría sin ti.
            —Mejor no lo pienses, pequeña. Si Orrodep te echa la zarpa encima, haz lo que te he explicado. No dudes, será mejor para ti.
            Latsirc metió la mano en uno de los bolsillos de su petate y tocó un pequeño frasquito. Según le había explicado la hechicera, contenía un veneno tan poderoso que ni siquiera tardaría dos segundos en matarla. «Si el Mago Negro te atrapa bébetelo. No te dará tiempo a pensar más antes de anular tu voluntad. Estarás mejor muerta que en sus manos, créeme». Se estremeció solo de pensar en esa posibilidad. Etneilav carraspeó.
            —Nos olvidamos de nuestro paladín —dijo Simara—. Te agradezco la ayuda, joven. Y ahora será mejor que durmamos un poco. En cuanto amanezca hemos de partir. Orrodep nos pisa los talones.
            —Voy en vuestro mismo camino —dijo Etneilav—. Si no os molesta, os acompañaré.
            Latsirc iba a replicar con un desplante, pero Simara se adelantó.

            —Cuantos más seamos mejor. Más brazos para luchar.

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