viernes, 11 de julio de 2014

EL OCASO DE LA MAGIA (VI)

   HOLA A TODOS:
   ¡¡YA VIENE LA OLA DE CALOR!!! TODOS AQUELLOS QUE OS ESTABAIS QUEJANDO DE QUE NO LLEGABA EL VERANO YA PODÉIS ESTAR CONTENTOS. YO, POR MI PARTE, ME RESIGNO A SUFRIR EN SILENCIO HASTA QUE LLEGUE SEPTIEMBRE.
   NO ME ENROLLO MÁS, OS DEJO CON "EL OCASO DE LA MAGIA"
   HASTA PRONTO

Los tiempos de decadencia comenzaron. Los magos oscuros, que habían salvado al pequeño Orrodep del sacrificio, hicieron una buena labor. Demasiado buena, quizás. Ni siquiera ellos pudieron prever hasta dónde podría llegar el poder de aquel pequeño bebé que habían rescatado. «El señalado»; así lo llamaban. Él se encargaría de dar la vuelta al equilibrio de poderes que existía en el mundo, las profecías no dejaban lugar a dudas. Él traería de nuevo la barbarie, la degeneración, la muerte a un mundo que nunca las había olvidado por completo.
Los señores del Templo de la Luz buscaron por todas partes, sin éxito. El hechizo tejido por sus oponentes era demasiado poderoso y protegía al pequeño de su visión mágica.
            Transcurrieron los años. Cuando Orrodep llegó a la edad estipulada se sometió al ritual y se convirtió en uno de los más poderosos hechiceros sobre la faz de la Tierra. Su sed de poder y de sangre no tenían límite. Los señores oscuros organizaron un ejército compuesto por seres abyectos, desterrados del mundo unos, creados para las artes mágicas los otros, todos ellos llenos de odio y ansias de venganza, y atacaron el reino de Ymeria. Los señores de la luz resistieron el envite una y otra vez. La guerra prosiguió durante años y años, durante los cuales el poder de Orrodep se iba incrementando mientras decaía el de los magos blancos. Entonces el mago cometió un error, un error crucial que impidió que el mundo se viera sumido en la barbarie: mordió la mano que lo había alimentado.
            A espaldas de los señores oscuros, Orrodep se dedicó a planear su propia estrategia: pensó en traicionar a los magos negros, dejarlos a merced de sus adversarios, para detentar pos sí mismo el señorío absoluto sobre las fuerzas siniestras, erigiéndose a sí mismo como emperador del mal. Una noche se hallaba en sus aposentos, vislumbrando el avance de sus fuerzas a través de un orbe de cristal, cuando la bola escapó de sus manos y se estrelló contra la pared, fragmentándose en un millar de pedazos. Una voz cavernosa resonó en la estancia.
            —¿Qué has hecho, desgraciado? ¡Nos has traicionado!
El Sumo Sacerdote se hallaba de pie, casi invisible en la oscuridad de un rincón. Orrodep ni siquiera le había oído entrar. «Subestimé su capacidad», pensó, «y ahora ya es demasiado tarde».
El Sumo Sacerdote levantó una mano y con un gesto creó una bola de energía y la arrojó contra Orrodep, pero este la esquivó con facilidad. Contraatacó con un hechizo, intentando congelar a su oponente, pero este era mucho mayor y más experto. Los carámbanos cayeron al suelo y se deshicieron al instante. En menos tiempo del que se tarda en pestañear el Sumo Sacerdote le acorraló contra la pared y, agarrándole del cuello, lo elevó sobre el suelo un palmo. Orrodep se asfixiaba por momentos, era su final. Sin embargo en el último segundo una chispa de lucidez le salvó.
Dado que era imposible vencer al Sumo Sacerdote, Orrodep le dio la vuelta a la situación. Con sus últimas energías hizo algo tan doloroso que le llevó décadas superar. Lanzó un conjuro contra sí mismo y separó su esencia vital de su cuerpo, que quedó muerto como una cáscara hueca en las manos del Sumo Sacerdote. Su espíritu se deshizo como una voluta de humo y se alojó temporalmente en un plano de la realidad paralelo, esperando el momento adecuado para volver al mundo. Mientras tanto sufrió lo indecible, suspendido en un limbo de dolor, tan agudo como jamás hubiese pensado que podía existir. Casi un siglo más tarde, restablecido del trauma, Orrodep tomó el cuerpo de un pastor moribundo y volvió a la existencia carnal.
Mientras tanto, la guerra había acabado. El mundo se hallaba prácticamente destrozado, ambos bandos habían agotado sus fuerzas y la magia fue despareciendo de la tierra de forma gradual: los que la practicaban habían resultado diezmados en la contienda y los pocos que habían quedado iban muriendo sin encontrar sucesores. Apenas quedó un pequeño reducto  que se reagrupó en el Templo de la Luz.

Y, del otro lado, como amo y señor de la magia negra, Orrodep.

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