viernes, 25 de julio de 2014

EL OCASO DE LA MAGIA (VIII)

   BUENOS VIERNES:
   A TRANCAS Y BARRANCAS, SOCARRADOS POR LA CHICHARRERA, VENIMOS ESTA SEMANA CON UN POCO MÁS DE ESTA HISTORIA BAJO EL BRAZO. TODO SEA POR VOSOTROS, LOS QUE SEMANA A SEMANA DEDICÁIS UN POCO DE VUESTRO TIEMPO EN CUALQUIER ÉPOCA DEL AÑO PARA LEER LAS COSILLAS QUE OS VOY TRAYENDO. RESISTIREMOS MIENTRAS EL CUERPO AGUANTE.
   LO DICHO, OS DEJO CON LATSIRC Y COMPAÑÍA.
   HASTA PRONTO.



Etneilav desenvainó su espada y enfrentó a las dos bestias, impidiendo que se adentrasen en la cueva. El más pequeño de los escorpiones se abalanzó sobre el guerrero, moviendo sus pinzas en un intento de cortar la carne y triturar los huesos. Etneilav, ágil, realizó una finta imposible y esquivó el ataque. El filo de su espada destrozó una de las pinzas del animal, que lanzó un sonido agudo y estridente de dolor. El eco del grito de la bestia rebotó en las paredes de la cueva e hizo temblar los tímpanos de Latsirc. La muchacha pensó que se iba a quedar sorda, pero el grito descendió con la misma rapidez con que se había elevado.
            De la pinza cercenada chorreaba un líquido negruzco y espeso, la sangre del animal, que olía a putrefacción. En un intento desesperado, el escorpión se giró sobre sí mismo mientras su compañero intentaba rodearle y atacar a las mujeres, tarea difícil debido a lo estrecho de la entrada de la cueva, obstruida por el escorpión herido y el guerrero en plena pugna. Finalmente consiguió trepar por la pared, dejar a un lado a los contendientes y penetrar en la cueva. Las dos mujeres se encontraban al fondo. Simara protegía a la joven con su cuerpo. Sus ojos estaban cerrados mientras se concentraba y musitaba unas palabras. El escorpión se lanzó sobre ellas y, justo cuando su aguijón estaba a punto de atravesar a la hechicera, una cúpula de energía apareció de la nada alrededor de las mujeres y evitó su muerte. El conjuro de Simara había funcionado en el último segundo.
            El escorpión se revolvió, furioso por la frustración de haber fallado el ataque, y empezó a golpear la bola de energías con ambas pinzas. La estructura en un principio pareció aguantar los envites del animal, pero pronto comenzaron a aparecer pequeñas resquebrajaduras en los puntos donde las temibles pinzas impactaban sobre la superficie luminosa, como si de un cristal se tratase. Simara estaba haciendo un esfuerzo ímprobo por sostener el hechizo, pero sus fuerzas estaban mermadas desde el encuentro con la serpiente y a causa del largo camino que llevaba recorrido. Al final, con o sin magia, no era más que una anciana llevada al borde de su resistencia. El sudor apareció en su frente a causa del esfuerzo, y pronto su rostro se volvió ceniciento, al borde del colapso.
            Entretanto, Etneilav peleaba enconadamente con el otro escorpión. Aún sin una de sus pinzas no se daba por vencido y atacaba al guerrero una y otra vez. Este detenía los golpes con su espada mientras se preguntaba cuánto tiempo más podría sostener aquella lucha, la resistencia del animal era muy superior a la suya.
            El alacrán gigante retrocedió unos pasos, desconcertando a Etneilav. Pero no tuvo tiempo de pensarlo mucho, la bestia se lanzó a la carga sobre el guerrero con su aguijón por delante, dispuesto a asestar un golpe mortal. Etneilav reaccionó sin pensar, solo su instinto le salvó la vida. Esquivó el lance y asestó un tajo que traspasó la coraza del animal, abriendo su cefalotórax de alto en bajo. Una marea de fluido negro y maloliente inundó el suelo de la entrada de la caverna mientras el cuerpo del escorpión caía sin vida sobre la roca.
            Su compañero casi había conseguido quebrar el escudo protector creado por Simara. La hechicera se hallaba al borde del desvanecimiento, Latsirc la abrazaba, sosteniéndola en pie. Un último empellón y el escorpión destrozó la cúpula de energía. Se detuvo un instante, como si estuviera saboreando su éxito, y descargó su aguijón con toda su fuerza contra las mujeres. Etneilav gritó desde la entrada, impotente, incapaz de llegar hasta donde estaban las mujeres para luchar junto a ellas.
            —¡No! ¡No puede acabar aquí! —nunca había prestado demasiada atención a las cuestiones religiosas, pero en aquel segundo elevó lo más parecido a una plegaria que había hecho en su vida.
            Un destello iluminó la cueva, sorprendiendo al guerrero. Cuando cesó, la escena era increíble.
            Latsirc había extendido un brazo, como si con un gesto de la mano pudiera detener el ataque de la bestia. Y lo había hecho. Sus ojos permanecían cerrados, y a poca distancia de su mano el aguijón de su enemigo se había detenido, había quedado inmóvil en el aire. La bestia parecía esforzarse por continuar con su ataque, pero una barrera invisible le impedía llegar a sus víctimas. Cuando vio que no podía llegar a ellas, intentó recoger la cola para efectuar un nuevo intento, pero tampoco pudo. Estaba atrapado de alguna manera, inmovilizado en el gesto de la joven. El animal forcejeó para liberarse una y otra vez, en vano. Siguió tirando y tirando una y otra vez durante unos segundos que se hicieron eternos.
            Etneilav vio su oportunidad, pero al intentar acercarse, sus movimientos se vieron imposibilitados por algo invisible. Era como si el aire de la caverna hubiera cobrado consistencia y se hubiera vuelto espeso y pegajoso, igual que una inmensa tela de araña en la que él, al igual que el escorpión, estaba atrapado.
            Algo cambió de repente. El escorpión comenzó a cambiar. Su caparazón oscuro se tornó gris, empezando primero por el aguijón y extendiéndose luego a todo el cuerpo del animal.  «Está congelado», pensó Etneilav. De hecho, se dio cuenta de que la temperatura de la caverna había descendido bruscamente en apenas un momento. La bestia quedó paralizada y entonces Latsirc hizo un movimiento extraño con la mano, un giro en el aire como si estuviera retorciendo algo invisible, y el escorpión estalló en miles de pedazos que se esparcieron por todo el suelo y rebotaron contra las paredes y el techo de la cueva.
            Etneilav, mudo por la sorpresa, miró a la muchacha. Esta tenía los ojos abiertos. Abiertos y en blanco. No había en ellos ni rastro de las pupilas, solo dos bolas blancas, terribles y luminosas. El poder que provenía de Larsirc se adueñó de toda la materia que había en la cueva, haciendo vibrar las moléculas como si de un terremoto se tratase. Etneilav pensó que aquella energía desatada acabaría con todo lo que había allí, pero entonces todo cesó de súbito. La realidad sufrió una contracción, como si el aire, las rocas y los cuerpos fuesen succionados hacía el cuerpo de la chica. Etneilav cayó de rodillas, exhausto, dominado por el influjo, pero entonces Latsirc se desvaneció y todo quedó de nuevo a oscuras.

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