viernes, 31 de mayo de 2013

JACK VUELVE XXVI Y ¡RECORDATORIO DE CAMBIOS EN EL BLOG!

   BUENOS VIERNES

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   SIN MÁS NOVEDADES, OS DEJO CON "JACK VUELVE". EL PELIGRO ACECHA A NUESTROS PERSONAJES ESTASEMANA. ¿QUIÉN DE ELLOS CAERÁ BAJO LAS GARRAS DE LA OSCURIDAD?

   HASTA PRONTO


Un viento helado había llegado sin avisar y Constance se acurrucó bajo su chal. Las calles se quedaron desiertas en pocos minutos, mientras la pareja caminaba hacía la casa de Constance. Durante el tiempo que habían permanecido en comisaría, la noche se había cerrado y los faroles iluminaban solo las zonas cercanas a ellos, dejando a oscuras el resto.

            —¿Dices que viste a Alfred en comisaría? —Constance castañeteaba los dientes al hablar. Percy se quitó la chaqueta y le cubrió los hombros, a pesar de que él se quedó congelado en menos de un minuto— No entiendo qué podía estar haciendo allí.

            —Lo más curioso es que él también se sorprendió al verme a mí. Y además no iba de paisano ¿sabes? Llevaba uniforme de policía. Discutía con un superior dentro del despacho, tú no te diste cuenta porque estabas “ocupada” con ese sargento —el retintín con el que enfatizó la palabra “ocupada” hizo que Constance enarcara las cejas.

            —¿Te molesta que hable con el sargento Pileggi? Es un policía encantador, tan amable… le juzgué mal cuando le vi en casa de Faith.

            —¿Le conoces? No lo sabía.

            —Decir que le conozco es mucho decir. Nos cruzamos en casa de Faith hace unos meses. Fue bastante antipático en aquella oportunidad, la verdad.

            —¿Y qué hacía un sargento de policía en casa de un noble como Sir Richard?

            —¿No te lo había contado? Fue antes de que empezásemos a intimar… Bueno, pues aquella vez se presentó allí para interrogar a Faith sobre las circunstancias que rodearon al asesinato que ella presenció.

            —No sabía que Faith hubiera presenciado un asesinato —Percy se quedó estupefacto ante la revelación.

            —Oh, sí —Constance lo relataba como si estuviera explicando su última visita a la costurera para que arreglase un vestido—. Ocurrió en el mismo callejón donde tú y yo… ahora que lo pienso, es una coincidencia realmente extraña que Alfred estuviera vestido de policía y apareciera de repente y… —las piezas iban encajando en la mente de Constance.

            Había un detalle que había quedado prendido en el aire. Percy no podía quitárselo de la mente.

            —¿Y a quién mataron?

            —Fue un asunto horrible. El asesino se ensañó con aquella muchacha. Y Faith llegó justo a tiempo para encontrarse con… con… con aquella escena. Por si fuera poco, conocía a la víctima. Era una doncella suya. Se llamaba Daisy.

            Percy se quedó blanco como el papel. A pesar de la escasa iluminación, Constance se dio cuenta de eso y de la expresión que atravesó el semblante de él.

            —Eso he dicho. ¿La conocías?

            Él comenzó a tartamudear.

            —¿Conocerla? No… bueno, es decir…

            Más piezas fueron a parar a su lugar. El nudo se iba deshaciendo por momentos.

            —¡Percy! No me irás a decir que tú… quiero decir, que hubieras tenido algo con… —no hizo falta una respuesta, la verdad estaba escrita sobre aquel rostro contrito— ¡Oh, Dios mío! ¡No puedo creerlo! ¡Tú, con una vulgar sirvienta!

            —Escucha Constance, no es lo que estás pensando…

            —¿Por quién me has tomado? ¿En qué pensabas cuando aceptaste en matrimonio? ¿Creías que me resignaría a ser tu concubina, a callar y soportar todas tus felonías? —Constance comenzó a gritar, al tiempo que las lágrimas rodaban por su mejillas— ¡Qué estúpida he sido!

            —No digas eso, Connie. No es cierto. Yo te quiero y no pensaba…

            —¿Me quieres, dices? No eres más que sucio patán. ¡No quiero volver a saber nada más de ti! Volveré a casa sola. ¡No necesito que me acompañes! ¡Vuelve con tus fulanas!

            Cuando ella se giró para irse, Percy le agarró una muñeca.

            —Escucha, cariño, no puedes ir sola, es peligroso a estas horas para una muchacha andar por la calle.

            Constance miraba la muñeca por la que la tenía asida.

            —¡Suéltame, Percy! ¡Ahora mismo!

            —Escucha, Connie, cariño…

            Una sonora bofetada no le dejó terminar la frase. La mejilla comenzó a arderle de inmediato. La soltó.

            —No vuelvas a llamarme cariño. Ni ninguna otra cosa. No quiero volver a verte en mi vida —y se alejó a paso vivo, furiosa.

            Constance no sabía que sus últimas palabras iban a cumplirse al pie de la letra. Mientras avanzaba con los ojos anegados en lágrimas, no reparó en la sombra que la seguía furtivamente.

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