BUENOS VIERNES
NO SÉ CÓMO PUEDO ESTAR VIVO AÚN CON ESTA OLA DE "CALÓ" AFRICANO (YA PODÍAN MANDAR FRESQUITO DE VEZ EN CUANDO, CONNIO!!!), PERO CON ESO Y CON TODO ME LAS HE APAÑADO PARA TRAEROS OTRO POQUITO DE ESTA HISTORIA DE FANTASÍA.
ESPERO QUE LA DISFRUTÉIS (A LA SOMBRA MEJOR).
TA PRONTO
Al
término del bosque, sus ojos se perdieron en un mar de arena, que se extendía
inabarcable allá donde la vista llegaba.
—¿Seremos capaces de cruzarlo y
llegar con via al otro lado? —Latsirc no pudo inhibir el escalofrío que la
sacudió, a pesar del calor reinante. La temperatura nada tenía que ver con
aquello.
—No nos queda otro remedio, niña
—Simara tampoco veía con buenos ojos el hecho de internarse en aquel infierno,
pero si querían llegar al Templo a tiempo para la confluencia no podían perder
semanas en rodearlo. Las cosas eran así.
—Todo camino, por muy largo que sea,
comienza con un paso —dijo Etneilav, y Simara enarcó las cejas, sorprendida. No
hubiera esperado algo tan profundo de aquel joven guerrero.
Se aseguraron de llenar los odres con
agua antes de partir. «La travesía nos llevará unas dos semanas», había dicho
Simara. Caminarían de noche para evitar el intenso calor y dormirían de día en
alguna oquedad rocosa. El desierto estaba lleno de enormes rocas que
sobresalían como islas de la arena, fantasmas de un mar que se había secado en
eras pretéritas.
Pronto no tuvieron más remedio que
cubrir sus rostros con la tela de sus ropajes para evitar que el viento
llenares de arena su boca y su nariz. Cuando el sol despuntó sobre el horizonte,
Simara indicó un pico rocoso, no muy lejos de donde se hallaban.
—Descansaremos allí.
No tardaron demasiado en llegar a la
montaña y encontrar una pequeña cueva que les alejara del calor diurno.
Tuvieron que trepar un poco por las rocas pero no fue difícil. El hueco no era
grande pero ellos cabían con holgura. Desde la parte de atrás partía un pequeño
túnel hacia el interior de la montaña. Se podía entrar en él a gatas, pero
ninguno de ellos sintió el más mínimo deseo de hacerlo.
—Deberíamos tapar esa entrada con
una roca o algo así. No puede estr tranquilo pensando que puede habar algo vivo
ahí.
Simara cerró los ojos y murmuró unas
extrañas palabras. Entonces un ligero temblor sacudió las paredes de la cueva.
Sin saber cómo, el agujero había desaparecido. Latsirc y Etneilav miraban el
lugar donde momentos antes había estado el túnel, sorprendidos.
—¡Lo has hecho desparecer! —Latsirc
fue la dueña de la exclamación.
—El conjuro durará tan solo unas
horas, pequeña —objetó Simara—. Suficiente para que descansemos y podamos
proseguir la marcha.
Se acomodaron y prendieron una
hoguera con un poco de leña que portaban en sus fardos. Pronto las mujeres se
durmieron, pero Etneilav no podía conciliar el sueño. Su espíritu guerrero le
decía que no estaban seguros allí. El reducto no era muy grande y no había
recovecos donde pudiera esconderse un hombre o una fiera, ni tampoco habían
visto señales de que allí habitase ningún tipo de animal: restos de comida,
excrementos o pelo. Aún así, su sexto sentido le decía que debía permanecer
despierto.
Unas horas después cabeceaba junto a
los rescoldos de la hoguera cuando escuchó un ruido. Como unas piedrecillas
resbalando a la entrada de la cueva. Se espabiló de inmediato y permaneció
inmóvil, escuchando, casi sin respirar. Sí, ahí estaba el sonido de nuevo. Unas
patas rozando la roca. Agarró su espada y se puso en pie con sigilo, al tiempo
que se acercaba a la entrada. Al girar un recodo no pudo por menos de gritar
para dar la alarma.
—¡Despertad, rápido, os necesito
aquí! ¡Nuestra vida depende de ello!
Frente a él, dos enormes escorpiones
tan altos como una persona preparaban sus pinzas y sus aguijones. Les habían
traído la cena a casa esa noche.
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