viernes, 18 de julio de 2014

EL OCASO DE LA MAGIA(VII)

   BUENOS VIERNES
   NO SÉ CÓMO PUEDO ESTAR VIVO AÚN CON ESTA OLA DE "CALÓ" AFRICANO (YA PODÍAN MANDAR FRESQUITO DE VEZ EN CUANDO, CONNIO!!!), PERO CON ESO Y CON TODO ME LAS HE APAÑADO PARA TRAEROS OTRO POQUITO DE ESTA HISTORIA DE FANTASÍA.
   ESPERO QUE LA DISFRUTÉIS (A LA SOMBRA MEJOR).
   TA PRONTO


Al término del bosque, sus ojos se perdieron en un mar de arena, que se extendía inabarcable allá donde la vista llegaba.
            —¿Seremos capaces de cruzarlo y llegar con via al otro lado? —Latsirc no pudo inhibir el escalofrío que la sacudió, a pesar del calor reinante. La temperatura nada tenía que ver con aquello.
            —No nos queda otro remedio, niña —Simara tampoco veía con buenos ojos el hecho de internarse en aquel infierno, pero si querían llegar al Templo a tiempo para la confluencia no podían perder semanas en rodearlo. Las cosas eran así.
            —Todo camino, por muy largo que sea, comienza con un paso —dijo Etneilav, y Simara enarcó las cejas, sorprendida. No hubiera esperado algo tan profundo de aquel joven guerrero.
            Se aseguraron de llenar los odres con agua antes de partir. «La travesía nos llevará unas dos semanas», había dicho Simara. Caminarían de noche para evitar el intenso calor y dormirían de día en alguna oquedad rocosa. El desierto estaba lleno de enormes rocas que sobresalían como islas de la arena, fantasmas de un mar que se había secado en eras pretéritas.
            Pronto no tuvieron más remedio que cubrir sus rostros con la tela de sus ropajes para evitar que el viento llenares de arena su boca y su nariz. Cuando el sol despuntó sobre el horizonte, Simara indicó un pico rocoso, no muy lejos de donde se hallaban.
            —Descansaremos allí.
            No tardaron demasiado en llegar a la montaña y encontrar una pequeña cueva que les alejara del calor diurno. Tuvieron que trepar un poco por las rocas pero no fue difícil. El hueco no era grande pero ellos cabían con holgura. Desde la parte de atrás partía un pequeño túnel hacia el interior de la montaña. Se podía entrar en él a gatas, pero ninguno de ellos sintió el más mínimo deseo de hacerlo.
            —Deberíamos tapar esa entrada con una roca o algo así. No puede estr tranquilo pensando que puede habar algo vivo ahí.
            Simara cerró los ojos y murmuró unas extrañas palabras. Entonces un ligero temblor sacudió las paredes de la cueva. Sin saber cómo, el agujero había desaparecido. Latsirc y Etneilav miraban el lugar donde momentos antes había estado el túnel, sorprendidos.
            —¡Lo has hecho desparecer! —Latsirc fue la dueña de la exclamación.
            —El conjuro durará tan solo unas horas, pequeña —objetó Simara—. Suficiente para que descansemos y podamos proseguir la marcha.
            Se acomodaron y prendieron una hoguera con un poco de leña que portaban en sus fardos. Pronto las mujeres se durmieron, pero Etneilav no podía conciliar el sueño. Su espíritu guerrero le decía que no estaban seguros allí. El reducto no era muy grande y no había recovecos donde pudiera esconderse un hombre o una fiera, ni tampoco habían visto señales de que allí habitase ningún tipo de animal: restos de comida, excrementos o pelo. Aún así, su sexto sentido le decía que debía permanecer despierto.
            Unas horas después cabeceaba junto a los rescoldos de la hoguera cuando escuchó un ruido. Como unas piedrecillas resbalando a la entrada de la cueva. Se espabiló de inmediato y permaneció inmóvil, escuchando, casi sin respirar. Sí, ahí estaba el sonido de nuevo. Unas patas rozando la roca. Agarró su espada y se puso en pie con sigilo, al tiempo que se acercaba a la entrada. Al girar un recodo no pudo por menos de gritar para dar la alarma.
            —¡Despertad, rápido, os necesito aquí! ¡Nuestra vida depende de ello!

            Frente a él, dos enormes escorpiones tan altos como una persona preparaban sus pinzas y sus aguijones. Les habían traído la cena a casa esa noche.

1 comentario: